Marc se fue sin decirme a qué había venido. Ninguno de los dos teníamos el tema en la cabeza cuando nos despedimos. Él iría pensando en el número de pretendientes que tendría en la sauna del gimnasio. Yo, rememoraba como un mantra las razones por las que corté con él. La carne es la carne y Marc era un solomillo de primera calidad. Sin embargo, mi entusiasmo duraría poco. En cuanto se me pasara la excitación del momento, mi añoranza se disolvería como una pastilla efervescente.
Respiré hondo, abrí de nuevo las persianas y me dispuse a trabajar. Ya estaba peleándome con el procesador de textos que, para variar, me daba un par de errores, cuando alguien llamó a la puerta del despacho. Era Miguel.
—Santi ¿podemos hablar?
—Sí, pasa —respondí con un nudo en la garganta. De repente, la posibilidad de que hubiera podido escuchar algo de mi encuentro con Marc invadió mi cabeza ¿Y si era hetero y le había molestado? O peor aún: ¿y si era gay y había perdido cualquier posibilidad porque creía que Marc era mi novio?—. Toma asiento, por favor.
La incertidumbre debió de notárseme en la voz porque me preguntó si estaba bien.
—Sí, solo me he atragantado un poco —mentí—. Bueno, pues tú me dirás.
—Me acaban de llamar de Breed & Breed Finantial.
—¿La empresa para la que hiciste esa entrevista? —pregunté.
—Así, es. El caso es que... me han cogido.
Una ola de sensaciones me invadió. Se iba a ir. Dejaría de encontrarme con él cada día. Dejaría de sentir esa descarga cuando le tocaba accidentalmente. Nunca más se me volvería a erizar el pelo de la nuca al captar su olor. Ni se me aceleraría el corazón al entrar juntos al baño. De hecho, era probable que no le volviera a ver. Pero me alegraba por él. Trabajaba mucho y se merecía el puesto. Además, no es que abundaran oportunidades parecidas que admitiesen ciegos entre sus solicitantes como para ir rechazándolas. Opté porque lo más justo era que trasmitirle lo feliz que me sentía por su logro.
—Te felicito —dije finalmente.
—Y tendría que incorporarme... mañana.
—Sin problema. Ya acordamos que si te daban el trabajo podrías irte en el momento que fuera preciso.
—No parece que te importe —replicó. Parecía dolido.
—Me alegro por ti.
Se acercó poco a poco, me hizo levantarme de la silla y me dio un abrazo. Pero un abrazo en condiciones. De esos intensos y largos. Hasta juraría que me tocó el culo.
—Muchas gracias por todo, has sido un jefe estupendo.
Y con esto, se dio la vuelta y salió de mi despacho dejándome más excitado que antes de que se fuera Marc. No estaba siendo una mañana demasiado productiva, pero sí muy interesante.
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