miércoles, 13 de abril de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 5

Costó, pero me pude centrar en el trabajo. Aunque parezca mentira, mi empresa es un negocio lo suficientemente serio para dar beneficios y ni Marc ni nadie suele acosarme a diario. A decir verdad, los fines de semana tampoco sucede a menudo.

Para cuando llegó la hora de comer, Miguel ya se había ido. Una punzada de enfado y tristeza me sacudió de repente. No había pasado a despedirse. Había creído que el abrazo que me diera por la mañana significaba algo. Una simpatía especial, al menos. Pero parecía ser que su agradecimiento hacia mí se limitaba a mi papel como jefe. Una vez que había perdido ese rol, no debía tener motivos para decirme adiós.

Me hubiera encantado poder pasar la tarde sumido en mi melancolía, culpándome por la oportunidad perdida, pero había quedado para comer con mi amiga Luna y no me lo iba a permitir. Es imposible estar triste con ella. Por una parte, porque es muy divertida y, por la otra, porque no deja de hablar y te exige atención absoluta. Es la compañera perfecta para alguien como yo, aquejado de ataques de pesadumbre.

—Estoy saliendo con un chico que es trapecista —me dijo—. Tiene unos brazos como mi cabeza. Y es superflexible. Ni te imaginas las postura que hicimos la otra noche. Dudo que salga en el Kamasutra.

—Teniendo en cuenta que eres más rígida que una tabla, pudisteis hacer algo como la serpiente que se enrolla en el árbol —le contesté—. Tú eres el árbol.

—Muy gracioso. Aunque sea cierto ¿Y tu vida amorosa qué tal? ¿ya le has entrado a ese empleado tuyo?

—Se ha despedido del trabajo.

—¿Qué me dices?

—No me ha dicho adiós.

—¿Qué me dices?

—Y yo me he liado con Marc.

—¿Qué me dices?

—Sí, ha sido un día complicado.

—¿Tan afectado estabas por su marcha para liarte con Marc? —me preguntó Luna.

—Lo cierto... es que fue antes —confesé.

—Entonces no das pena. Eres una perra en celo.

—Lo admito.

—Tengo que presentarte a alguien que te pueda gustar y que te convenga —dijo—. ¿Conoces a Paco? Trabaja en recursos humanos en mi oficina.

—¿Es el tío que es psicólogo y no deja de relatarte los traumas que deduce que has tenido en tu niñez?

—Veo sí sabes quién es. ¿Y a Jorge el de mi gimnasio?

—Si es el que su único tema de conversación es lo poco que le crece el deltoides, no me interesa.

—¿Patricio? —preguntó.

—Ese es el que se pasó una noche tratando de comprobar si a los ciegos se nos aumentaba el oído tanto como para oírle hablar en voz baja desde el otro lado de la habitación.

—¡Ah! Ya me acuerdo de esa noche —dijo Luna—. Por eso aparecía cada dos por tres a preguntarte si le habías escuchado. Creía que tomaba drogas.

—Yo no lo descartaría.

—Bueno, pues no se me ocurren más tíos gais, medianamente monos que puedan interesarte.

—Deberías omitir lo de que puedan interesarme.

—Es que eres muy especialito —se quejó.

—Tienes amigos muy raros —contesté.

—Para muestra...

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