—¿Ichi? ¿Estás ahí? —pregunté a la puerta del baño de la que salían los sollozos y tras la cual, supuestamente, se encontraba mi amigo llorando. Por cierto, todo sea dicho, aquel era uno de los baños más pestilentes que me había encontrado en mi vida—. ¿Qué te pasa? ¿Es por lo que ha dicho Luna? —continué sin recibir otra respuesta que balbuceos y alguna que otro ruido de “sorbimiento” de mocos que consideré muy acorde con la limpieza del lugar—. Mira no quiero mentirte. Sí que me acosté con alguien. Con Miguel. El chico de mi trabajo. Pero no tienes que enfadarte por eso. Es… no sé. Me gusta. Y es ciego. Eso une mucho. Necesito a alguien que entienda esa parte de mi vida. Es importante… no funcionaría con alguien que ve. Somos de mundos distintos.
Seguí sin recibir contestación alguna, pero al menos los sollozos terminaron. El servicio quedó en completo silencio.
—Ichi ¿estás bien? —pregunté una vez más preocupado por si le había dado un síncope ante mis revelaciones. El sonido de la cisterna desmintió que mi amigo estuviera inconsciente.
—Sí, Santi, estoy bien —dijo abriendo la puerta—. No te preocupes. Me alegro mucho por ti y por Miguel.
Me dio un beso en la mejilla y salió del baño a toda prisa. Quise seguirle, pero mi vejiga estaba apunto de explotar y tuve que aliviarla. Para cuando conseguí volver a la mesa, no había rastro de él.
—Aquí no ha venido —dijo Luna—. Creía que seguía en el servicio.
—¿Por qué se habrá ido? Vale que estuviera llorando, pero tampoco creo que fuera tan espantoso que le contara que me había liado con Miguel para salir corriendo.
—Luego dicen que las chicas somos complicadas.
—Sí, a veces me gustaría ser heterosexual.
—Aun así, eres un borrico —me riñó mi amiga—. Mira que contarle eso de sopetón cuando está triste. Tienes el tacto de un percebe.
—Eso parece —acepté con resignación—. Va a estar sin hablarme un mes.
—Como poco.