jueves, 13 de diciembre de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 69

De nuevo desnudo, aunque en esta ocasión sin más acompañantes, me senté en el plato de la ducha con las piernas cruzadas y abrí el grifo a plena potencia. El agua caliente me envolvió al instante y comenzó a resbalar por mi cuerpo, relajando los músculos y reduciendo ligeramente las tensiones. Sin embargo, el efecto que más deseaba de este tratamiento, una abstracción mental que me permitiera olvidarme temporalmente de mis problemas, me estaba siendo vedado. Era de esperar. No solo aún me hervía la sangre al recordar la absurda escena que había montado Miguel. A eso, mi hiperactivo cerebro había añadido nuevas preocupaciones como el daño que haría a Sergio al contarle las actividades de su pareja o las mentiras que Víctor pudiera decirle sobre mí para esconder su culpa. Sin olvidar, por supuesto, la cuestión más importante de la lista: el futuro de mi relación. Tenía que tomar una decisión y debía hacerlo pronto. Miguel no tardaría en llegar y sería mejor saber qué le iba a decir antes de que se sentara en el sofá. Por un lado, estaba claro que ese tipo de relación iba a ser difícil de soportar, pero siempre cabía la posibilidad de que en unos años evolucionase lo suficiente para que nos satisficiese a ambos. Puede que Miguel acabase convirtiéndose en el novio perfecto o, lo mismo, después de este incidente era yo el que me transformaba en el amigo con derecho a roce ideal. A lo mejor, tras este despertar a la realidad y la muerte de mis esperanzas futuras, se me hacía más sencillo llevar una relación esporádica. Y si cortábamos ¿desaprovecharía una oportunidad de oro o simplemente me liberaría? ¿Debía dejar que las cosas siguieran su curso natural y se asentasen a su ritmo o, por el contrario, buscar algo más sencillo? A lo mejor, el problema era yo mismo al analizar las cosas en exceso y aspirar a metas que, de antemano, ya me habían avisado que no conseguiría. Y, además, se trataba Miguel. El tío con el que había soñado durante meses. El hombre que hacía que se me acelerase la sangre y se me pusiera el vello de punta con solo decirme buenos días. Ese chico tan ideal que incluso era ciego, estaba conmigo y nos lo pasábamos estupendamente ¿Cuál era la probabilidad de encontrar a alguien similar?

Salí de la ducha y me puse lo primero que encontré sin preocuparme por tonterías como el color, si me marcaba el culo o si era sencillo de quitar. Unos pantalones y una camiseta que evitaran que me resfriara era todo lo que necesitaba para poder tener la conversación que se acercaba. En el hipotético caso, claro esta, de que Miguel se presentara, algo que no acababa de dar por seguro. Lo mismo, era aún más egoísta de lo que suponía y continuaba en su casa jugueteando con Víctor.

El timbre sonó un par de veces. Allí estaba. Le dejé pasar y, sin darnos dos besos ni nada, él se sentó en el sofá. La tensión se sentía en el aire y mi cuerpo temblaba de puros nervios.

—No quiero seguir con esta relación, sea la que sea —dije casi sin pensar. Al final, había sido muchísimo más sencillo de lo que nunca me habría imaginado.

4 comentarios:

  1. Me encanta esta historia, me parece muy divertida y amena y lo que más me gusta es que la narración es muy natural sin nada de artificios.
    Muchas felicidades por tu talento, estoy deseando nuevos capítulos

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  2. Muchísimas gracias por el comentario. Así da gusto ponerse a escribir jejeje Espero que las nuevas entradas te gusten tanto como las antiguas.

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  3. Hola Hache, me llamo Mauricio y también escribo, aunque de otra forma. Estoy enviciado con tu blog. Hacía tiempo necesitaba desahogarme con lectura tan interesante. Deseo felicitarte y pues nada, que orgullo contar con gente como vos para enriquecernos la vida. Abrazo desde Costa Rica.

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    1. Hola Mauricio, me alegra mucho que el blog te haya servido para calmar tus ansias lectoras, aunque no creo que merezca ni la mitad de tus elogios jejeje. Un abrazo desde España y muchas gracias por tus comentarios.

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