TR tenía mucha experiencia profesional como especialista de cine (además de haberse “copiado” unos cuantos cursos de relajación en situaciones extremas) y sabía controlar su miedo. Incluso, cayendo a toda velocidad desde un edificio de seis pisos de altura pudo reunir la suficiente sangre fría para sacar la cuerda de escalada que llevaba en el cinturón, hacerse un improvisado arnés y conseguir enganchar el gancho de su extremo a la barandilla de una terraza. Gracias a ello, se salvó de acabar hecho papilla contra el suelo. Aunque cuando la cuerda se tensó, espachurrando su entrepierna y sacudiendo sus maltrechas costillas, hubo un instante en el que hubiera preferido estar muerto.
— Está claro por qué no existe un imitador de Batman en la realidad. — Pensó mientras trataba de desatarse. Al tercer intento se le acabó la paciencia y sacó el puñal para cortar la cuerda. — Voy a necesitar que Mario me dé muchos masajes para que esto deje de doler.
Bolea, que ya había recuperado su maza, le esperaba con la moto en marcha. A su lado, inconsciente, yacía Superbyte. TR recogió el librito del Archivista de donde lo había escondido y se sentó tras ella. El motor rugió y se alejaron calle abajo.
— ¿Le he dado? — Preguntó la mujer.
— Ni idea. — Reconoció TR. — No me quedé a mirar.
— ¿Sos boludo?
— Ese tío puede invocar cualquier tipo de arma que aparezca en un videojuego. Lo menos que me apetecía es que sacara un bazuka en mi casa. — Explicó TR a su amiga. — Cuando esto acabe, me gustaría que siguiera entera. Además, dudo que Gaymer sea tan fácil de derribar.
El ruido de un reactor y una risa de villano de película se encargaron de confirmar la teoría del superhéroe. Por el cielo, Gamer volaba tras ellos en una ala delta motorizada y no tardaría en darles alcance. Se notaba que sus habilidades habían mejorado mucho desde los tiempos en que TR le conoció en la Asociación de Superhéroes. Antes, únicamente podía sacar armas. Estaba claro, a juzgar por el ala delta, que ese límite había quedado superado.
— Le puedo derribar de un mazazo. — Dijo Bolea.
— Será mejor que nos alejemos hacia la Quebrada. — Sugirió TR. — El tío está tan loco que podría ponerse a soltar misiles.
Nuevamente, Gamer quiso darle la razón a su enemigo y las bombas empezaron a llover sobre ellos. La mayoría impactó justo detrás de la moto, pero las que más les preocupaban eran aquellas que se desviaban de su objetivo original. Varios coches y un par de comercios volaron por los aires. Confiaban en que, siendo la hora que era, no hubiese víctimas.
— No podemos dejar que siga haciendo eso. — Dijo TR. — Cárgatelo.
—Cogé los mandos. — Le pidió su amiga.
El chico pasó la cabeza bajo la axila derecha de la argentina y se estiró lo máximo que pudo para hacerse con los mandos, mientras Bolea agarraba su maza y la lanzaba contra su objetivo. TR consiguió mantener el control de la moto el tiempo justo para que su amiga arrojara el arma. Después, se torció, derrapó y acabó estrellándose contra el escaparate de una tintorería. Salieron con contusiones y múltiples cortes, pero al menos consiguieron su objetivo. El ala delta acabó destrozada y Gamer cayó.
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