domingo, 7 de septiembre de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 22

Lo que yo había tomado como el fondo de la cueva era, en realidad, el punto en el que la gruta principal se dividía en tres. Las dos galerías situadas a la izquierda no despertaron mucho mi interés, pues eran poca cosa. Una tenía varas decenas de metros de extensión, pero se encontraba completamente abandonada, y la otra apenas merecía el nombre de “socavón en la pared”. Era en la tercera caverna donde se concentraba toda la actividad y ajetreo que no se detectaba en la cueva principal. El tamaño de esta nueva gruta (a la que llamaré “caverna 3” para evitar confusiones) podía ser ligeramente mayor que el de la otra, pero era difícil apreciarlo por la escasa iluminación y por el exceso de construcciones que llenaban su espacio. Andamios cubriendo las paredes, puentes colgantes cruzando la gruta de parte a parte, plataformas de madera que se alzaban sobre el suelo trazando espirales, vías de vagoneta… Todo superpuesto, duplicado y, a veces, enredado. Pero entre este caos, destacaba una extraña estructura que se sostenía sobre seis gigantescos pilares. Desconocía su función, pero era tan inmensa que, desde yo me encontraba, resultaba imposible distinguir su extremo opuesto o el techo de la cueva.

Como decía, en la “caverna 3” se concentraba la actividad de las cuevas, sobre todo la minera. Se podían contar por decenas las criaturas que allí picaban, cargaban, vigilaban o arrastraban vagonetas rebosantes de cascotes y descomunales pedruscos. La inmensa mayoría de los monstruos pertenecían a la especie de las equidnas. De hecho, tan sólo había visto a un par de nagas y pronto se fueron reptando a toda prisa en dirección al portal de teletransporte, quizás para echar una mano a sus hermanas en su pelea contra las equidnas. Fuera por la razón que fuese, yo me alegré de su marcha. No me apetecía tener que embadurnarme el cuerpo con algo que consiguiera bloquear su visión infrarroja (que conste que, para otras actividades, no me importaba embadurnarme dónde y con lo que hiciera falta). Las equidnas demostraron ser más responsables que sus primas y permanecieron trabajando después de que las nagas se hubieran ido, aunque acabaron por abandonar sus puestos en cuanto se oyeron los primeros ruidos de pelea.

Esta estampida generalizada dejó la “caverna 3” desierta y nos permitió curiosear tranquilamente. Me sentía intrigado por la misteriosa e inmensa estructura que se extendía sobre nuestras cabezas. Nunca había visto algo similar y parecía ser importante. Decidimos subir a unos andamios para verla más de cerca, aunque al final no fue necesario. En cuanto me di cuenta de que uno de los pilares se movía, sabía la respuesta a la pregunta.

— ¿Qué crees que es? — Me preguntó Gotthold. — ¿Una especie de cabaña? ¿una máquina?

— Eso… — Empecé a decir con dificultad. Me faltaba el aire. — Eso es el monstruo de tu familia.

2 comentarios:

  1. Bueno, al fin vamos a saber quién es el famoso monstruo de la familia del conde... qué intriga.

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  2. Jejejeje se ha hecho de rogar un poquito.

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