viernes, 12 de septiembre de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 23

— ¿Eso es un monstruo? — Me preguntó Gotthold claramente asustado.

Era comprensible. Yo mismo, a pesar de mi experiencia en temas sobrenaturales, me sentía aterrado en ese instante. La perspectiva desde la que observaba la situación había variado drásticamente. Para empezar, ya no nos encontrábamos bajo una misteriosa e inmensa estructura que se extendía por toda la cueva sostenida por seis enormes pilares, sino que lo que teníamos por encima de nuestras cabezas era un monstruo descomunal erguido sobre sus correspondientes patas. Su altura debía de ser de varias decenas de metros y su longitud era de una magnitud que, desde yo me encontraba (en la zona del culo) era incapaz de ver el otro extremo. A ojo, calculaba que la criatura ocuparía la mitad del volumen de la cueva.

Con el descubrimiento, también quedaba demostrada (obviamente) la existencia del monstruo de la familia Ameisenhaufen. Y, además, se aclaraba el enigma de cómo habían sido capaces de excavar semejante sistema de cuevas las equidnas y las nagas. Por muy habilidosas que fueran en temas de ingeniería y magia (respectivamente), una obra de esa envergadura escapaba se (por mucho) de sus posibilidades. En realidad era el monstruo el que perforaba la roca y, al hacerlo, causaba los temblores de tierra que tanto asustaban a la gritona madre de Gotthold. Debían de haberlo esclavizado mucho tiempo atrás y le habían utilizado para tratar de desenterrar los objetos mágicos que se encontraban por las cercanías.

— Debería estar contento. — Pensé. — He resuelto un montón de misterios de un plumazo.

— ¿Qué clase de monstruo es? — Me preguntó el conde. Su voz reflejaba bastante menos miedo y mucha más curiosidad.

— ¿Perdona? — Respondí extrañado.

— Es la criatura que ha estado atormentando a mi familia desde su creación, me gustaría saber a qué especie pertenece.

— Ah, sí, es un… Gigantus mastodonticus. — Dije.

— Te lo acabas de inventar. — Se rio el Gotthold.

— Si te soy sincero, no tengo ni idea. — Confesé.

— Vayamos a averiguarlo. — Sugirió mi acompañante. Aunque más que una sugerencia se trató de una afirmación. Desde luego, no esperó a que yo respondiera antes de empezar a trepar por los andamios de madera que cubrían cada milímetro de pared. Parecía entusiasmado por descubrir algo que había sido tan importante para la historia de su familia.

A mí, por el contrario, la expedición no me hizo la misma ilusión. Y no se debía sólo a que fuéramos a situarnos a la altura de la cabeza (con sus ojos para ver y sus dientes para comer) de un monstruo enorme. Tampoco los andamios me inspiraban demasiada confianza. Sin embargo, a pesar de mis negros augurios, no sufrimos ningún accidente y conseguimos acercarnos al extremo delantero lo suficiente para poder distinguir qué tipo de monstruo era. Fue entonces cuando grité.

— ¡Hormiga!

2 comentarios:

  1. Anda, yo creía que sería un dragón.

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  2. Lo pensé, pero ya hay demasiados dragones en la literatura. En cambio, hormigas gigantes hay muy poquitas. Muchas gracias por el comentario.

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