Casi me desmayo al darme cuenta de que el enorme monstruo que se alzaba ante nosotros, aquella descomunal mole del tamaño de un edificio, era nada más y nada menos que una hormiga obrera gigante. Mis piernas se dispusieron para salir corriendo a toda velocidad y de no ser porque Gotthold me detuvo, estoy convencido de que habría saltado al vacío desde lo alto del andamio.
— ¿Qué te pasa? — Me preguntó el conde abrazándome con fuerza. Estábamos cara a cara, pecho contra pecho y otras cosas frente a otras cosas.
— Hormiga. — Conseguí responder gracias a que el rostro de Gotthold se encontraba tan cerca del mío que me impedía ver el monstruo. Seguía cagado de miedo, pero era capaz de hablar. — Gigante.
— Antes no te importaba estar cerca ¿qué ha cambiado para que ahora estés tan asustado?
— Me... me dan miedo las hormigas. — Confesé. — Es una larga historia, pero se podría resumir en que mis poderes tienen una serie de contrapartidas y una de ellas es padecer un sin fin de fobias absurdas. Este mes, parece que por una broma del destino, me ha tocado ser mirmecófago... no, espera, me he equivocado. Es mirmecófobo.
— Si fueras mirmecófago ahora mismo te estarías dando un festín de hormiga. — Se rio el conde.
— Sé que tenerle miedo a un insecto es una completa estupidez. Soy consciente de ello en todo momento, incluso en medio de un ataque de pánico. Pero no puedo evitarlo. En cuanto empiezo a asustarme, mi cuerpo toma el control y deja de atender a razonamientos lógicos. — Le expliqué. Gotthold aún no me había soltado, pero no me importaba. Me relajaba tenerle tan cerca (bueno, había zonas de mi cuerpo más intranquilas que otras).
— Le ocurre a cualquiera.
— Lo mío es extremo. La semana que tuve electrofobia, me daba tanto miedo la electricidad que acabé viviendo en lo alto de un árbol en medio del campo. No bajé en cinco días. Logré sobrevivir gracias a que era un naranjo cargado de fruta madura, aunque acabé con cagalera y con una lesión de espalda. Además, a su dueño no le hizo ninguna gracia que le robara y me obligó a trabajar en su granja durante 15 días en compensación. Y lo peor de todo es que siempre he odiado las naranjas.
— Pero en esta ocasión es diferente. — Dijo el conde. — Aquí al lado hay una hormiga gigante con unas mandíbulas que serían capaces de cortar por la mitad un automóvil sin esfuerzo.
— Eso no me ayuda. — Me quejé revolviéndome.
— Quiero decir que, en esta ocasión es un miedo racional. A mí también me pone los pelos de punta tener cerca el bicho este. Si no he salido corriendo hasta ahora ha sido gracias a que estás aquí.
— Pues entonces, deberíamos marcharnos cuanto antes y ocuparnos de nuestros propios asuntos. — Propuse con una sonrisa nerviosa en la cara.
— La pobre hormiga está encadenada. No podemos dejarla así. Las equidnas y las nagas la tienen esclavizada.
— Y la están usando para encontrar una joya que les daría un poder inmenso. — Añadí.
— Vamos a liberarla y luego te daré algo que te gustará mucho.
— No creo que haya nada que me convenza...
La frase murió cuando los labios de Gotthold entraron en contacto con los míos y me besó. Mientras tanto, sus manos dejaron de retenerme y se dirigieron a reforzar el mensaje que quería transmitir. Una tocó por delante y la otra, por detrás.
— Es una propuesta interesante. — Admití.
Desde luego, una hormiga es mucho más original que el dragón y además, de ese tamaño teniendo en cuenta la fuerza que tiene una hormiga normal, creo que es más de temer que el dragón más pintado, jajaja.
ResponderEliminarY seguro que también da más grima que un dragón, porque una hormiga de ese tamaño tiene que ser bastante fea jejejeje Muchas gracias, como siempre, por el comentario.
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