sábado, 27 de septiembre de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 25

Las piernas y las manos me temblaban, a veces tan fuerte que tenía que detener mi lento ascenso por los andamios por miedo a caerme. Me encontraba a una altura respetable y cualquier paso en falso supondría muchos meses de recuperación. Si tenía suerte. Pero no era el vértigo o la posibilidad de partirme el espinazo lo que me provocaba esos amagos convulsivos que me obligaban a pararme. El verdadero problema no se encontraba debajo de mí, sino a mi espalda.

El pánico se iba incrementando a medida que escalaba. Cada paso suponía una verdadera lucha contra mi cuerpo y mi mente. Accionar los músculos de mis extremidades en contra de mis propios sistemas fisiológicos requería un esfuerzo sobrehumano y hacía mucho que las piernas habían comenzado a dolerme de puro agotamiento. Por si eso fuera poco, un tirón se había apoderado de mi gemelo derecho unos peldaños antes y el hombro izquierdo se me dislocó en algún momento del camino. Y, además, las ampollas que la espada encantada me produjera en la mano me hacían ver las estrellas cada vez que agarraba una de las barras del andamio. No estaba siendo el momento más agradable de la aventura, ni tampoco el más placentero, pero yo continuaba con determinación férrea movido por la promesa que Gotthold acababa de hacerme. Eso era lo único que mantenía viva a la pequeñísima parte de mi consciencia que aún no había caído presa del terror más absoluto. Puedo llegar a hacer muchas tonterías por echar un polvo, pero hasta ese momento nunca había sentido tanto dolor.

— Venga, Blaine, no te rindas ahora. Ya falta poco. — Me animó Gotthold desde unos peldaños más abajo al ver que me tomaba el enésimo descanso. Él no sufría el mismo pavor que yo, pero tampoco era inmune a la presencia del monstruo y mis continuos parones le estarían haciendo mucho más difícil mantener la compostura.

— Ay. — Me hubiera gustado decir algo más, pero eso fue lo máximo a lo que llegué. Las múltiples maldiciones e improperios que dediqué a buena parte de la familia del conde (con especial énfasis en su madre) y al día que nos conocimos se quedaron como meros pensamientos flotando en mi cabeza.

— Si quieres, me voy adelantando yo. — Añadió. En su voz se distinguía un ligero tono de impaciencia. O puede que fueran imaginaciones mías. En ese estado, era capaz de encontrarle el lado negativo a cualquier cosa. Salvo al sexo, por supuesto, o no me hallaría en semejante situación.

— No. — Gruñí con orgullo. Aun así, me encontré incapaz de elevar la pierna y proseguir la marcha.

— Entonces piensa en lo que ocurrirá luego.

El comentario me dio fuerzas renovadas y, durante unos segundos, el ascenso se realizó a un ritmo aceptable. Luego, exhausto y sin aliento, tuve que detenerme de nuevo. Además, mi pánico había alcanzado su nivel máximo. Antes de empezar a subir Gotthold había contado los niveles del andamio que debíamos subir para alcanzar la altura que queríamos y, si no me había equivocado, sólo quedaban cuatro. Eso significaba que estábamos a punto de llegar y que, en pocos segundos, me vería obligado a darme la vuelta. A punto estuve de soltar mis agarres de puro terror. Sin embargo, ni el cansancio ni el miedo me impidieron escuchar el ruido que se produjo en ese instante en el suelo de la cueva. Al girar la cabeza, tanto Gotthold como yo, pudimos contemplar sin problemas a una naga con cara de cabreo. Sus manos empezaron a emitir un leve brillo azulado mientras daba el grito de alarma.

2 comentarios:

  1. Ay, madre... no sé cómo van a salir de ésta.

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    1. Bueno, sólo hay una hormiga gigante y un ejército de criaturas reptilianas armadas hasta los dientes, que cuentan con algunos miembros con capacidades mágicas y que no le hacen ascos a la carne humana. No sé por qué te preocupas tanto jejejeje

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