lunes, 27 de junio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 15

Cuando salí de la ducha, Marc y Sergio se reían. Conociéndoles, uno estaría valorando qué momento era el idóneo para sacar su tableta de chocolate (me refiero a sus abdominales, que conste) y el otro, averiguando información provechosa. Por suerte para mí, Marc no disponía de habitaciones libres en su casa ni aceptaba invitados permanentes, así que era poco probable que Sergio arriesgara su estancia en mi loft por un polvo. Aunque fuera con Marc. De haberle ofrecido un cuarto, seguramente, me los hubiera encontrado fornicando en la mesa de mi cocina como conejos. Pero eso sucedía en una realidad paralela. En esta, como ya he dicho, se reían y evaluaban sus movimientos en función de sus intereses. Saber de antemano que ninguno conseguiría su objetivo, era gracioso. Tendría que hacer más convenciones de exnovios. No imaginaba que pudieran ser tan ridículos ni tan divertidos. Mi aparición en escena, no obstante, cambió el ambiente reinante y disolvió sus planes.

—¿De qué habláis? —pregunté.

—Me estaba contando un chiste genial —me contestó Marc.

—Sí, sí —le secundó el otro—. Muy gracioso.

Por segunda vez en ese día (la primera fue al tener que recoger a tientas la vomitona de Ichi), deseé poder ver. Es algo que casi nunca me sucede. Pero poder observar sus caras de mentirosos, debía ser algo impagable.

—¿Ichi sigue dormido? —pregunté, por cambiar de tema más que nada.

—Sí, no se ha movido ni un milímetro —dijo Marc—. Se ve que el exceso de alcohol le ha dejado sin fuerzas.

—Echar fuera esa cantidad de líquido también tiene que cansar —añadió Sergio—. Por cierto, hemos abierto las ventanas.

—Yo me he opuesto —se defendió mi otro exnovio. Sabía lo mucho que me fastidiaba. Lo había sufrido un par de veces cuando salíamos juntos—. Pero no me ha hecho caso.

—Sí, me ha explicado tu interesante paranoia por la seguridad que derivó en prohibir abrir las ventanas —dijo con sarcasmo Sergio—. Pero el olor era espantoso y el aire acondicionado lo único que hacía era moverlo. Pero tranquilo, promete que no lo haré más si tus amigos se abstienen de vomitarte la casa de nuevo.

Si cualquier otra persona abriera mis ventanas y, después, me hablara así, le daría bastonazos hasta que se me cansara el brazo o viniera la policía. Y en "cualquier otra persona" incluyo a Ichi, Luna y Marc. Mi casa era mía y nadie iba a cambiarlo. Pero Sergio... él está en otra liga. Me cuesta reaccionar con naturalidad con él. Por eso le tengo de invitado. El primero y único de mi vida.

—No te preocupes —acerté a decir.

—Ahora sí que lo he visto todo —dijo Marc, que no daba crédito a lo que acababa de decir—. Acuérdate de ir a ver al editor.

—Tranquilo —respondí.

—Me llevaré a Ichi a su casa —añadió.

En ese momento, era yo el que no daba crédito.

lunes, 20 de junio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 14

Cualquiera diría que, llegados a ese punto, el día transcurriría más relajado. Que alguien desparrame los múltiples y malolientes litros de su contenido estomacal por la entrada de tu apartamento, compensaría el mal karma acumulado de varios años. Que te toque recogerlo siendo ciego, debería bastar para tu vida entera. Y si, además, el que lo ha hecho resbala con el charco y tienes que rescatarlo y la vomitona se expande por toda tu casa porque vives en una especie de “casi loft” sin apenas paredes... bueno, eso es motivo de beatificación. Hay santos por cosas más nimias. Pero en mi otra vida debí ser una persona horrible.

"Toc, toc, toc" sonó en la puerta. Esta vez era Marc quien llamaba.

—Hola —saludó—. Huele a pota.

—Sí, lo sé —respondí con sequedad—. Es culpa de ese que está durmiendo en el sofá.

—Muy agradable. Entonces seré más breve de lo que tenía previsto ¿Recuerdas la mañana que fui a verte a la oficina? —me preguntó.

—El día que nos...

—Exacto. El día que nos enrollamos. Estuviste bastante bien, por cierto. Hay un par de cosas que nunca te había visto hacer. Sobre todo eso de...

—Al grano Marc, que se te va el tema —le corté. Sergio podía salir en cualquier momento del baño y no me apetecía que oyera eso. Tampoco Ichi. Era capaz de despertarse y vomitar de nuevo.

—Pues quería decirte que he encontrado un editor para tu cómic en braille —dijo—. Eso sí, no podrá ser Daredevil.

—Vaya mierda —me quejé—. Para un superhéroe ciego que hay...

—Ya, pero los derechos son los derechos. Y Marvel no te los cedería ni de coña.

—Bueno, al menos algo es algo.

—Por cierto, la cita es esta tarde a las cuatro.

—¡¡¡¡¡¡¡¡Qué!!!!!!!! —grité atónito—. ¡¿Esta tarde?! ¡¿Cómo no me lo has dicho antes?! Hace al menos un par de días que lo sabes.

—Se me olvidó —se disculpó—. Tú tampoco recordabas que tenía algo que contarte.

—¡¡¡Pero yo no sabía de qué narices querías hablarme!!! —cada vez estaba más enfadado—. Podía ser que te hubiera salido un grano o que hubieras probado un nuevo café.

—No, era lo del editor.

—Yo te...

En ese momento, la puerta del baño se abrió y Sergio salió. Debía llevar poca ropa, a juzgar por la reacción de Marc.

—Jooooooooder —dijo. Podía imaginarme la baba cayendo de su boca—. ¿Quién es ese tío que está tan bueno?

—Será la causa de tu muerte si se te ocurre acercarte a él —le amenacé.

—Tranquilo, tigre.

—Me voy a duchar, que huelo a mierda. Échale un ojo a Ichi de cuando en cuando —le pedí—. Y mantente alejado de Sergio.

viernes, 17 de junio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 13

Lo largo que se hacen los días cuando esperas algo. Y la de cosas que pueden suceder hasta que llega. Yo, lo único que tenía planeado de la jornada, era la fiesta y sus preparativos necesarios. Levantarme, realizar las funciones fisiológicas que me correspondieran, arreglarme, llamar a un taxi, irme a casa de Miguel y desfasar un poco en espera de que sucediera algo más erotizante. Nada más. Como mucho, alguna interacción social cortés con el taxista o con su invitado.

El gesto de Sergio al hacerle el desayuno ya había sido una sorpresa agradable. Con segundas intenciones, como la mayoría de las cosas que hacía su exnovio, pero no por ello dejaba de ser bonito o delicioso. Estaba dispuesto a dejarse sobornar habitualmente si ello significaba más desayunos, invitaciones a cenar, alguna limpieza a fondo del baño o un masaje de espalda. Si el chico era feliz creyendo que le manipulaba, él no se lo iba a quitar. Además, así pagaba su estancia en la casa. Aunque tenía que pedirle que, para la próxima vez, comprase churros y porras. Ya que se ponía... Pero aún quedaban horas libres para más sucesos imprevistos. Y nada más insólito que podría pasar era recibir la visita sorpresa de Ichi. Borracho, para más señas.

—Estaba de fiesta y he venido a verte —se explicó.

—¿Cómo que estabas de fiesta? —pregunté extrañado—. Es por la mañana ¿te has pasado la noche bebiendo?

—Eso parece. Resulta que anoche... —Ichi detuvo su explicación a mitad. Por el ruido de fondo de los tablones, supe que había visto a Sergio—. ¿Ese es... es tu ex? Ichi se puso a gruñir y trató de lanzarse a pegar a Sergio. Y digo "trató" porque, en vista de su estado, en cuanto comenzó a soltar sonidos raros le agarré previendo lo que iba a ocurrir. Ya me lo conocía. No era su primera borrachera.

—¿Tienes un perro rabioso contigo? —me preguntó mi invitado.

—Es Ichi.

—No sé qué me estás diciendo —se quejó Sergio.

—Que es mi amigo Ichi —expliqué—. Su nombre es Ichi. Es un otaku.

—Muy interesante ¿explica eso también por qué está gruñendo o solo es otra de esas cosas que forman parte de su encanto?

—Está enamorado de mí. Y me parece que te quiere pegar.

—Has tratado muy mal a Santi —agregó Ichi como queriendo apoyar mi explicación—. Te mereces una paliza.

—No me explico cómo no te has liado con él —dijo Sergio—. Si me necesitas para algo, estaré duchándome.

—¿Sabes una cosa? —me preguntó Ichi, una vez nos quedamos solos.

—Dime.

—Te quiero... y tengo ganas de vomitar.

Dicho y hecho, litros de alcohol, refrescos, jugos gástricos y comida a medio digerir cubrieron en un instante la entrada de mi casa. Mal momento para ser ciego.

miércoles, 15 de junio de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 9

"¡Tummm!" El ruido de la maza de Bolea golpeando contra el campo de fuerza que rodeaba el banco, se pudo oír a tres manzanas de distancia. Sin embargo, lo más que consiguió fue que soltara unas cuantas chispitas azules.

"¡Tummm!"

"¡Tummm!"

"¡Tummm!"

"¡Tummmmmmmmm!"

La argentina no es de las que se rinden fácilmente. No está acostumbrada a que las cosas salgan de forma diferente a como las tenía previstas. Especialmente, si se refiere a su maza.

— Estúpida cosa de mierda. — Se quejaba entre goterones de sudor, antes de hacer un nuevo intento. — Te vas a abrir por mis santos cojones.

— Bolea, — dijo TR — se te empieza a perder tu "argentinidad". Deberías relajarte.

Ella le miró con cara de estar planteándose arrancarle la cabeza de un mazazo. Y, seguramente, estuviera pensándolo. Para que Bolea perdiera el acento y empezara a soltar palabrotas, tenía que estar muy, muy, muy, muy enfadada. En los años que se conocían, TR sólo la había visto así en dos ocasiones. Era algo excepcional. Ni en el incendio de la residencia de ancianos, ni cuando unos terroristas habían secuestrado a los niños de una guardería. Sergi no quería imaginarse lo que les haría a los Conjurados si lograban entrar en el banco.

— Déjame tu palo. — Le pidió Bolea. Aunque por su tono, se podía adivinar que la frase poco tenía de solicitud y mucho de exigencia.

— ¿Qué vas a... ? — Empezó él. Pero la paciencia de la mujer no daba ni siquiera para media pregunta y, con un rápido movimiento, le arrancó la vara de metal de las manos. — ¡Eh!, deja mi palo en paz. — Protestó, en vano, TR. — Es mío. Es mi seña de identidad. Como la del tercer Robin, Gámbito y la Tortuga Ninja Donatello.

— Cállate. — Rugió ella, haciendo que su amigo se quedara petrificado donde estaba.

Bolea extendió la vara metálica, la agarró con fuerza con la mano izquierda, situó un extremo lo más cerca del campo de fuerza que pudo y golpeó la otra punta con la maza, como si estuviera usando un cincel y un martillo. El resultado fue el esperado: saltaron chispitas azules. Luego salieron más chispitas. Después, las chispitas se hicieron rayitos. Eso no era tan esperado. Y, tras una explosión que mandó a Bolea y TR a tres manzanas de distancia, esas chispitas se convirtieron en rayos grandes y azules que se expandieron por todo el campo de fuerza. Los gritos que salieron del interior dieron una idea de que, posiblemente, alguno de esos enormes rayos había penetrado en el edificio y electrocutado a sus ocupantes. Y los gritos del exterior parecían indicar que también habían afectado a varios de los policías que cercaban el banco.

— La concha de la lora. — Dijo Bolea.

— Al menos has recuperado tu "argentinidad".

Como superhéroes responsables, pretendían volver a ver qué había sucedido y tratar de enmendar sus fallos, pero entonces apareció un helicóptero gigante, con un foco deslumbrante y cargado de policías con mala leche y grandes metralletas.

— Pongan las manos donde podamos verlas. — Dijo uno de los agentes por un megáfono. — Tiren las armas. Están detenidos.

Bolea y TR se miraron durante un milisegundo. Eran superhéroes, pero no les solía gustar que les detuvieran. Ya habían pasado por eso con anterioridad.

— ¡Corre! — Gritó TR.

Ambos salieron huyendo, cada uno en una dirección. TR se concentró en saltar de azotea en azotea. A pesar de eso, resbaló tres manzanas más lejos. Y esa vez, no estaba Bolea para agarrarle.

— Mieeeeeeeeeeeeeeeerda. — Gritó mientras se precipitaba al vacío.



sábado, 11 de junio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 12

Un penetrante aroma a café recién hecho me despertó antes de que la alarma del reloj hubiera tenido oportunidad de sonar. Mientras mis sentidos se aclaraban, otras esencias se abrieron camino hacia mi pituitaria: pan tostado, cruasanes calientes, mantequilla derretida. Parecía que mi invitado había decidido pagar su alojamiento con un desayuno recién hecho. Si hubiera pagado él lo que me iba a comer, hubiera sido mejor, pero aun así era un bonito detalle.

—Espero no haberte despertado —dijo. Él olía a gel de ducha, champú de sandía, ropa limpia y a su suave y característico aroma personal. La combinación, era fresca y muy atrayente.

—No, tranquilo —le respondí—. ¿Qué haces?

—Me desperté pronto y te he preparado el desayuno. También he hecho tu colada y la mía.

—Muchas gracias.

—Los cruasanes son recientes, de la panadería de abajo —me dijo—. Los compré cuando salí a por detergente. No quería gastarte el tuyo.

Un ligero escalofrío de deseo desenfrenado recorrió mi cuerpo y, por un momento, estuve a punto de tirar a Sergio sobre la mesa para arrancarle con los dientes la ropa que llevase, aunque eso supusiera mandar al suelo los cruasanes, las tostadas, la mantequilla o el café caliente. Después mi mente regresó al modo "Sergio es malo" y se me pasó. Seguro que todas aquellas atenciones iban destinadas a tratar de alargar su estancia gratuita en mi casa.

Mi libido volvió a ebullir como una loca cuando mi brazo entró en contacto, por accidente, con su pecho desnudo. Solo mi imponente fuerza de voluntad, forjada tras décadas de cara terapia psicológica, logró que me controlase lo suficiente para poder continuar con calma con el desayuno. Fuerza de voluntad y muchas expectativas respecto a la fiesta de Miguel. Me había imaginado mil finales para esa noche, aunque el futuro que más me interesaba era el que implicaba a nuestros dos cuerpos desnudos y sudorosos en su cama deshecha. Practicando sexo, claro, que en una cama se pueden hacer muchas cosas... o, al menos, un par de ellas.

Me tomé el día libre para poder prepararme y atusarme como merecía una ocasión tan especial. Pretendía depilarme, rasurarme, hidratarme, afeitarme, limpiarme, ducharme y cortarme lo que fuera necesario y lo que correspondiera en cada caso. Y seleccionaría la ropa con la calma debida. Nunca más permitiría que me sucediera lo mismo que la noche anterior. Pensaba ir bien arreglado. Nada de ropa fácilmente "quitable". Aunque tampoco tenía en mente ponerme un traje. Odio llevar trajes. Y corbatas. Una chaqueta a lo sumo. Eso facilitaría el acercamiento con Miguel. Y si al final la noche resultaba ser un fiasco en el plano sexual, podría aceptar las veladas proposiciones de mi invitado. O llamar a Marc para un encuentro desestresante. O, incluso, quedar con Ichi y ceder a su amor. La verdad es que no me podía quejar. Tenía plenitud de opciones. No sé por qué, a veces, me quejaba tanto.

martes, 7 de junio de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 8

— Uf, menos mal que pesás menos que una nena. — Dijo Bolea alzándole a pulso.

— Qué graciosa. — Le respondió TR.

— ¿Estás bien?

— Sí. Ahora mejor.

— Me refiero a la salud. Últimamente, tenés los poderes hechos remierda.

— Mis poderes están perfectamente. — Respondió él algo mosqueado. — No me he caído, por si es lo que estás insinuando. Me han tirado.

— ¿Te han tirado? — Preguntó Bolea incrédula.

— Sí. Saltaba por los tejados en dirección al banco cuando vi dos luces rojas, alguien me llamó gilipollas y entonces... pasó una cosa rara. Algo tiró de mí. Salí... volando hacia atrás.

— Una vez conocí — empezó ella sin hacer mucho caso a su amigo — a un pibe que iba a psicoanalista porque...

— No me he imaginado nada. — Le cortó TR. — No seas tan tópicamente argentina.

— Calmate, pibe. Si decís que viste dos luces rojas y que volaste por arte de magia, lo creo. Habrá sido un genio, o un hada. — Se burló Bolea.

— O los Conjurados… — Dijo TR. — ¡Tenemos que irnos! — Añadió saliendo corriendo como si su vida dependiera de ello. Bolea no entendía nada, pero le siguió de cerca.

— ¿Qué pasa? — Preguntó ella. — ¿Qué tomaste?

— Los Conjurados irán hacia el banco. Si lo resuelven como la otra vez, vamos a tener decenas de inocentes muertos.

— Me sorprende lo rápido que podés imaginarte los problemas.

Cuando llegaron, diez coches de la policía circundaban el edificio. Pero no era lo único que rodeaba el banco. También había una especie de campo de fuerza. Algo que ni la vara de TR ni la maza de Bolea, pudo atravesar. Cuando lo golpeaban, lo único que conseguían era que saltaran chispitas.



jueves, 2 de junio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 11

—Si me hubieras dicho que vendríamos a un restaurante elegante, me habría vestido de una forma más adecuada —me disculpé.

—No te preocupes —respondió él cogiéndome la mano por encima de la mesa. Si pretendía que me sintiera mejor, fracasó estrepitosamente—. Seguro que estás estupendo. Cualquier cosa que te pongas, te sienta bien.

—Bien, pero cutre.

—Te sentirás mejor cuando traigan la botella de lambrusco que he pedido.

—¡Me encanta el lambrusco! —dije entusiasmado.

—Lo sé. Y también sé que te fascinarán los dos platos que tengo pensados para ti. Si me permites pedir por ambos, por supuesto.

—Confío en ti ¿pero cómo sabes que me gustarán? —pregunté curioso—. ¿Has estado más veces aquí?

—Esta cadena de restaurantes pertenece a la empresa para la que trabajo, así que vengo mucho —respondió—. A este, en concreto, no. Pero dudo que difiera mucho del de París.

Para ese momento, llevaba mucho sin de sentirme como un niño tonto. Estaba demasiado embobado dejando que me cortejaran. No es algo que me sucediera a menudo. Ni siquiera cuando estaba con Sergio. Él era más seco y más egoísta. Y, sin embargo, ahí estaba esforzándose por agradarme y compensarme por haber ocupado mi casa. Me gustaba el cambio. También me encantaron los platos que me sugirió. Estaban deliciosos. La comida, el vino y la historia sobre el viaje de tres días que había hecho para venir desde París estaban convirtiendo esa cita en la mejor de mi vida. Y comenzaba a alegrarme de haberme puesto ropa que se quitara fácilmente. Bueno, la comida no influía en esa parte. Pero la historia (que incluía un pasaje en el que Sergio se duchaba desnudo en plenos de los Pirineos) me estaba poniendo cachondo... creo que había bebido un pelín en exceso.

Después de que Sergio pagara la cuenta (y yo babeara un poco más en consecuencia) yo estaba dispuesto a olvidar el pasado y cualquier ley contra el escándalo público, y lanzarme a su cuello en la primera esquina. Pero antes, Sergio tuvo que recoger su maleta del guardarropa.

—¿Por qué no la has dejado en el hotel? —le pregunté intrigado.

—Nunca se sabe dónde vas a dormir —contestó él, divertido.

A mí, no me hizo tanta gracia. Porque, en ese instante, el hechizo se rompió, mi embriaguez se esfumó y la visión del antiguo Sergio regresó como un asteroide. La cena, la había organizado para encandilarme y que le dejara dormir en mi casa. El traje se lo había puesto porque, seguramente, no le quedara otra cosa limpia tras tantos días de viaje. El restaurante habría sido elegido por sus descuentos a empleados más que por su elegancia. Y era muy posible que, en las recomendaciones respecto al vino y la comida, el precio había tenido mucho que ver. No era un nuevo Sergio preocupado por los demás, era el de siempre utilizando su encanto para lograr sus propósitos.

Aun así, le dejé venir a dormir a casa. Soy demasiado buena persona para dejarle en la calle esa noche. Pero dormiría en el sofá. El viejo Sergio no me atraía nada.