martes, 10 de enero de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 39

El calor del sol doraba mi brazo al despertar y el televisor seguía encendido. Me había quedado dormido en el sofá a mitad de película. Ahora tenían más sentido esas pesadillas que había tenido con gente que quería que la llamase y aparatos diabólicos para hacer abdominales. La próxima vez que me pusiera frente a la caja tonta, tendría que acordarme de programarla para que se apagase. Aunque, para cuando eso sucediese, lo más probable fuera que se me hubiera olvidado lo que tenía que recordar, porque no soy precisamente un entusiasta de la televisión. Y no porque crea que es una pérdida de tiempo y que la mayoría de su programación es bazofia, que también puede ser, si no por el simple hecho de que, como su propio nombre indica, el televisor es para ver cosas que están lejos, en otro sitio. Si eres ciego, el “visor” sobra y lo único que queda es el “lejos”, que es como me siento cada vez que paso un rato tratando de imaginar lo que sucede en su pantalla o escuchando las explicaciones de los comentarios para invidentes.

¿Y qué hacía yo ante ese electrodoméstico que me hace sentir tan apartado? Lo cierto es que lo encendí porque quería que me hiciera compañía. El entretenimiento que me proporcionó cavilar la identidad de la desconocida relación de Marc me duró, exactamente, media hora. Ese fue el tiempo que tardé en darme cuenta que estaba aprovechando mi sábado por la noche en cotillear como una vieja. Y, lo que era aún peor, en cotillear yo solo. No tenía nadie con quien salir. A pesar de haber montado un férreo muro a mi alrededor y de haber limitado mis relaciones sociales a mis tres amigos más cercanos, siempre me tranquilicé pensando que siempre encontraba alguien disponible con quien salir un sábado por la noche a tomar una copa. Y sin embargo, ese día no tenía nadie con quien quedar. Irónicamente, tras ampliar mi círculo de íntimos, mis posibles planes se habían reducido hasta ser inexistentes. No podía llamar a Miguel porque quería hacerme el fuerte después de habernos enrollado. Ichi no me hablaba porque estaba celoso de Miguel. Marc estaba ocupado con un ligue que, seguramente, sería el mismo Ichi. Sergio se había ido a ligar al cerciorarse de que yo no seguía disponible. Y Luna decía que había quedado con alguien, aunque suponía en realidad trataba de evitarme tras las escena que vivimos con Ichi en el bar. Había levantado mi vida sobre un equilibrio de fuerzas tan precario, que las nuevas incorporaciones la estaban haciendo tambalearse como un castillo de naipes.

Apagué el televisor, me quité la camiseta y dejé que el sol me calentara el pecho. Ese rato en el que acababa de despertarme completo era mi momento preferido del día. Era como estar en un área de descanso antes de que empezara el día. Un tiempo de preparación para enfrentarse a las preocupaciones que vendrían. Instantes en los que solo había que disfrutar del aire fresco de la mañana, del agradable calor de los rayos solares recorriendo tu piel desnuda y de la tranquilidad del silencio. Un silencio tan profundo que solo podía significar que Sergio había dormido fuera de casa. Volví a encender el televisor.

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