viernes, 13 de enero de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 41

—Bueno, cuéntame esos indicios tuyos —me pidió Sergio.

—Pues… —empecé. Después tuve que carraspear para aclararme la voz. Parecía que un trozo de recuerdo aquel verano en la campiña se me había quedado atravesado en la garganta—. En primer lugar, acabas de llegar…

—Guau, estoy impresionado.

—Calla y déjame continuar. En segundo lugar, no hueles a sudor, lo que significa que has tenido que ir a una casa para poder ducharte. Casa en la que había un hombre, a juzgar por el desodorante que llevas…

—Has mejorado mucho con los años.

—Y, por último, estás exultante, lo que solo puede ser efecto del sexo —concluí orgulloso de mis deducciones.

—¿No has pensado que me podría haber ido a la periferia y que me quedé a dormir en casa de alguna amiga y que su hermano me dejó el desodorante?

—¿Es eso lo que ha pasado? —pregunté con una cierta esperanza.

—Qué va —respondió—. Habías acertado de pleno. Pero tienes que admitir que mi teoría era posible.

—Vale, era admisible —admití—. Aunque era un poco forzada. Bueno ¿y cómo fue la conquista?

—Estás extrañamente cotilla.

—La mitad de mis amigos me ocultan su vida —me quejé—, así que tengo que consolarme interrogando a los que quedan.

—Está bien. Pues resultó que Míriam, la amiga con la que había quedado, se encontró con unos conocidos. Nos fuimos con ellos a una discoteca y, no sé, tres horas después estaba enrollándome con uno de ellos.

—Mira qué bien ¿y cómo se llama el afortunado? —pregunté.

—Víctor. Es profesor de fitness y está increíblemente cachas.

—No parece tu tipo.

—Estoy experimentando —dijo—. Y tengo que decir que el resultado mereció la pena. Puede que repita.

—La próxima vez te lo puedes traer a casa —dije. No entiendo por qué lo hice, pero así fue. No sé si sería por el buen rollo existente, por haberme vuelto a traumar con los recuerdos de nuestra relación o porque el desayuno me estaba dando alergia.

—¿Te apetece tenerme follando con otro en el sofá mientras tú estás a escasos metros y con apenas media pared de separación, tratando de dormir en la cama? —me preguntó muy serio.

—No —conseguí responder cuando me recuperé de la dureza con la que lo había descrito.

—A mí tampoco me gustaría al contrario. Así que mejor dejemos el sexo para casa de los demás. Voy a intentar dormir un poco.

—Buenas noches —me despedí un poco apenado. Pero la tristeza fue rápidamente sustituida por la sorpresa. La que me dio el sonido del teléfono al sonar.

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