lunes, 16 de enero de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 42

Casi no podía creérmelo ¡Era Miguel! La alegría que inundó mi cuerpo fue indescriptible. Después de un día entero soportando las dudas de mis conocidos, ahí estaba lo que esperaba. La prueba de que la noche con él había significado algo más que un polvo. O la llamada de cortesía para aclarar que no iba a ocurrir otra vez. Pero ni siquiera yo soy tan imbécil para quedarme mirando la pantalla del móvil planteándome los posibles futuros alternativos. Así que respondí.

—Hola ¿qué tal? —me saludó.

—Muy bien. Pasando la mañana del domingo —respondí. Estaba dispuesto a usar todos los tópicos de las conversaciones de ascensor que se me ocurrieran hasta que él dijera qué pensaba—. Hace un día precioso.

—Sí —dijo algo desconcertado—. ¿Qué tal lo pasaste ayer?

—Quedé con unos amigos, me tomé unas cervezas, puse un rato la televisión… Lo típico de un sábado.

—Parece poco excitante.

—No estuvo mal —contesté tratando de no expresar emoción, a pesar de que la incertidumbre me estaba matando. Tenía que decir algo concluyente en ese momento o me daría un ataque.

—Espero que el día que nos vimos fuera mejor.

—Síiiiiiiii —respondí derritiéndome de gusto, metafóricamente claro, en el sofá—. Ni punto de comparación.

—Perdona que no te llamara ayer —se disculpó—. Con toda la actividad física que tuvimos, pensaba que estarías durmiendo y me preocupaba despertarte.

—Yo también —mentí.

—Vaya y yo que estaba preocupado imaginando que pasabas de mí. Me alegro de haberme tragado el orgullo y haberte llamado.

—No habrías tenido que esperar mucho. Estaba escribiéndote un mensaje en estos mismos momentos —volví a mentir. Si existía el karma, lo estaba dejando por los suelos con esa conversación.

—Pues ahora que hemos aclarado el asunto, me gustaría invitarte a cenar en mi casa esta noche. Si estás disponible, por supuesto.

—¡Claro! —respondí casi a gritos—. Me encantaría.

—Bien, pues luego te veo ¿sobre las ocho?

—Perfecto, allí estaré. Un beso.

Colgué y me puse a dar una decena de saltos de alegría antes de salir corriendo hacia el baño. Quedaban varias horas hasta que tuviera que irme, pero tenía que ducharme. Y afeitarme Y rasurarme aquí y allá.

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