miércoles, 18 de enero de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 43

Terminado el larguísimo ritual de limpieza, alternado con algún que otro ejercicio de pesas para tratar de mejorar mis bíceps, salí disparado hacia el armario. Aunque con cuidado de no despertar a Sergio. Mi exnovio no era precisamente la persona con la que más me apetecía hablar en ese momento. Teniendo en cuenta nuestra última conversación, podíamos acabar compartiendo consejos de alcoba y, en ese momento, prefería pensar a solas en lo que iba a hacer con Miguel. No quería que hubiera ningún tipo de vínculo, ni siquiera mental, con mis antiguos amantes y sus actuales relaciones. Así que con mucho tiento, aunque no sin nerviosismo, empecé a revolver entre mis prendas. Necesitaba algo sexy, algo llamativo y que emanara erotismo. Claro que tendría que ser un conjunto especial para ciegos. Los colores bonitos y los cortes favorecedores carecen de sentido cuando el otro no puede verlos. Lo que me hacía falta era algo que centrase su efecto en el tacto. Y, aunque eso descartaba la mitad de mi armario, también hacía más fácil la elección. Por una vez, sabía cómo conseguir la reacción que aspiraba a provocar. Para la parte de arriba, me decidí por un jersey ajustado con relieves. Era suave, me marcaba mis no excesivamente desarrollados pectorales y los surcos que cruzaban la prenda excitarían sus sentidos cuando lo tocase. Y para las piernas, unos vaqueros finos. Ceñidos como un traje de sastre pero con la accesibilidad de un chándal. Era un modelo perfecto. Incluso, según las etiquetas, combinaban bien. La tarde no podía empezar mejor. Y los indicios apuntaban a que no empeoraría.

La puerta del apartamento de Miguel se abrió dejando escapar el agradable calor de la estancia y un suave aroma a esencia de limón acarició mis fosas nasales. Mi corazón se desbocó más allá de lo que creía posible mientras atravesaba el umbral. Y mi pulso se aceleró más cuando dos brazos rodearon mi cintura y unos labios me besaron apasionadamente. Mis manos, como si estuvieran dirigidas por control remoto, se juntaron en su espalda. Él también había seleccionado su atuendo con intención de despertar mis sentidos. De hecho, su elección difícilmente podría haber sido más acertada. No llevaba camiseta. Y algo me indicaba que tampoco se había puesto pantalones o ropa interior. Eso sí que era un modelo adecuado y no el mío.

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