La cara de Miguel debió ser un poema. Fue una lástima no poder verlo porque, desde luego, su tono de voz sufrió varios y radicales cambios, incluyendo un agudo "gallo" de lo más hilarante. Y eso que me limité a decirle (textualmente) "creo que necesito un compañero de piso ¿qué te parece?". Era una consulta de lo más simple sobre mis planes de acoger viajeros ciegos, pero parece que lo entendió como una proposición personal. Vale que el planteamiento era bastante ambiguo y es cierto que lo hice a propósito, pero no esperaba que empezara a hablar como si acabaran de castrarle. "Muerto por compromiso" hubieran dicho los periódicos de haberle sugerido que viviéramos juntos. Aunque si algo me molestaba es que fuera tan tonto para creer que yo podría estar sugiriendo eso. Y me enfadaba más como exjefe que como pseudonovio. No me gusta contratar imbéciles y había que ser ciertamente estúpido para pensar que yo propondría vivir juntos en una "relación" que se basaba en poco más que en una sucesión inconexa de polvos. Bueno, seguro que en algún momento ocurría, pero no a mí. Yo sigo pudiendo diferenciar entre noviazgos y rollos.
—Pero es... demasiado pronto ¿no? quiero decir... es que no llevamos... bueno ¿llevamos algo? porque, en realidad no... no tenemos etiquetas... restringen las relaciones...
—No sé de qué me hablas —dije para que terminase con su interminable letanía de excusas a medio acabar—. Yo te decía que iba a buscar un nuevo compañero de piso.
—¿Qué? —preguntó con un nuevo tono de voz mucho más serio—. ¿Algún otro exnovio? —agregó con inquina. Se ve que descubrir que alojaba a Sergio no le había sentado nada bien.
—No es que me queden demasiados ex que valgan la pena —respondí.
—¿Entonces algún desconocido que esté bueno?
—Viajeros ciegos que estén en la ciudad.
—¿Gais?
—No sé —respondí. Tenía la sensación de que esa conversación no iba demasiado bien, pero no acababa de entender la causa—. Me da igual, aunque si lo fueran tendría menos problemas.
—Ya, lo que quieres es liarte con ellos —dijo con una seriedad y un resquemor que dejaba bien claro que, a pesar de lo que pudiera parecer, Miguel no estaba bromeando.
—¿Estás celoso? —pregunté riéndome. Esa situación era ridícula. Que el hombre antietiquetas se enfadara por lo que pudiera pasar en un poco probable futuro con un hipotético huésped me parecía algo absolutamente surrealista. Especialmente porque, hasta donde yo recordaba, tenía su permiso expreso para liarme con quien quisiera. Empezaba a temerme que Miguel era de esos que defendían las parejas abiertas solo en los casos en los que el abierto era él.
—¿Celoso yo? —dijo con desprecio, volviendo a poner la pose de “yo soy muy liberal”—. Ya te gustaría.
—Te prometo que si me compañero de piso está bueno, solo le pondré la mano encima si hacemos un trío contigo.
—Eso me empieza a gustar más.
—A mí también —contesté feliz de percibir que la conversación se alejaba de los nubarrones de los celos y se encaminaba hacia regiones más “cálidas” y “húmedas”—. Nunca he hecho uno.
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