Capítulo 1
Caía una fina llovizna sobre las calles de Edimburgo, algo bastante común en esa época del año. O, mejor dicho, algo bastante común en cualquier época en Escocia. Obviamente, la pequeña borrasca no había pillado por sorpresa a nadie, salvo a unos pocos turistas despistados. Bajo ella, la gente andaba tranquila, protegida por paraguas, capuchas y alguna que otra bolsa de plástico. Cerca del castillo una pareja no se preocupaba ni de la débil lluvia ni de sus paisanos, que pasaban a su lado sin mirarles. Con la ropa mojada y apoyados en una pared, solo prestaban atención al beso en el que estaban sumidos.
Pero en ese instante, algo, un súbito parpadeo de luz verdosa, les interrumpió. Sorprendidos, los jóvenes se separaron y miraron a su alrededor, buscando alguna explicación al fogonazo esmeralda. No encontraron nada. Sin embargo, tampoco le dieron mayor importancia. Tenían cosas más importantes que hacer que preocuparse por un fenómeno que podía haber sido fruto de su imaginación. Así que se volvieron a abrazar, dispuestos a terminar con lo que habían empezado. Un nuevo resplandor verde les detuvo. Seguros de haberlo visto, se afanaron por encontrar su causa. Y cuando ella la encontró, se apartó bruscamente de su compañero y empezó a gritar de terror. La luz provenía de él y cada vez se hacía más intensa. El chico, aturdido y sin comprender qué sucedía, se miraba una y otra vez. Después, sus ojos se dirigieron hacia la gente que se había detenido a observarle. La curiosidad y la sorpresa se tornaron miedo y, éste, ira. La muchedumbre fue acercándose empuñando paraguas y bastones.
—¡Policía! ¡Policía! ¡Otro de los monstruos! ¡Que no infecte a la chica! ¡Detenedlo! ¡Matadlo! ¡Qué no se escape! —gritaban.
Robert, que así se llamaba el chico, echó a correr calle abajo seguido por la turba, que fue aumentando de tamaño a medida que más personas se unían a la persecución, incluidos una pandilla de skin-heads, encantados de poder dar una paliza a alguien con el apoyo popular.
Entre tanto, Samantha, la chica, Sam para los amigos, se encontraba llorando en el suelo. Algunas señoras trataban de consolarla por haberse enamorado de un monstruo repugnante. Consejos y lamentos iban acompañados de rápidos exámenes físicos para asegurarse de que el engendro no la hubiera herido o infectado.
Sam no las escuchaba. Solo pensaba en lo estúpida que había sido al gritar, en lugar de esconder a Robert. Siempre se preguntó qué pasaría si conocía a uno de esos seres que, desde hacía un par de meses, habían irrumpido en el mundo. Pensaba que los defendería. Pero cuando le vio brillando…
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