La piedra salió volando, cayó junto a una de las nagas y rodó un par de metros por el suelo, pero pasó completamente desapercibida para los monstruos. En el segundo intento me acerqué un poco a las criaturas, aunque nadie advirtió su presencia, igualmente. Fue al tercer intento cuando logré alcanzar el objetivo y la reacción que pretendía, pues le aticé a una de las nagas en plena cabeza. Un escalofriante bufido escapó de su garganta al recibir el golpe y sus ojos se entrecerraron en un gesto de odio dirigido un grupo de sus enemigas ancestrales que se encontraba a unos metros de distancia. Ya debían de haber sufrido bromas similares, pues la atacada ni se planteó que existiera otro responsable diferente a las equidnas. Claro que también es cierto que una de las razones para apuntar a las nagas era, precisamente, su escasa capacidad de razonamiento. A pesar de la creencia popular, la capacidad de lanzar hechizo no está relacionada con la inteligencia... lo que no quita para que existan brujos listos (además de guapos, atractivos, divertidos, cultos y con muchas ganas de complacer a quien se deje) como un servidor.
El resto de nagas no tardaron en apoyar a su compañera y las seis juntas, con rayos eléctricos resplandeciendo en sus manos, se dirigieron hacia las equidnas que consideraban responsables del ataque. Estas, viendo lo que se les venía encima, empuñaron sus armas (abundaban las lanzas tradicionales, pero también distinguí lo que parecía ser un cañón láser y un par de látigos energéticos) y se prepararon para el enfrentamiento.
Mientras las criaturas se gritaban y bufaban mutuamente, Gotthold y yo descendimos a nivel de suelo y emprendimos nuestro viaje en dirección a la parte más oscura de la cueva. Íbamos muy despacio, encogidos contra las paredes de piedra como si tratáramos de mimetizarnos con su color y textura. Era importante no atraer la atención. La penumbra generalizada nos permitía pasar desapercibidos para los ojos humanos de una equidna, pero los sensores de infrarrojos que poseían las nagas nos detectarían en cuanto nos enfocaran. Esa era otra de las razones por las que las elegí como objetivo de la pedrada. Si estaban distraídas luchando, no tendrían tiempo para ponerse a buscar intrusos.
Pasito a pasito, fuimos avanzando lentamente por el perímetro de la caverna, siempre pegados a los muros rocosos. No era fácil mantener la compostura teniendo delante semejante colección de monstruos furiosos y, en más de una ocasión, a punto estuve de echar a correr. La tensión también era patente en el conde, al que incluso le había salido un tic en el ojo. Pero ambos conseguimos controlarnos y seguimos caminando. Las nagas y equidnas continuaron con sus amenazas, pero la situación no llegó a mayores.
— Es el mejor plan de toda mi vida. — Pensé orgulloso poco antes de que alcanzáramos nuestro destino y le diera otro morreo a Gotthold (para liberar tensiones). Aunque si hubiera sabido lo que me iba a encontrar allí, no habría estado tan contento.