sábado, 30 de agosto de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 21

La piedra salió volando, cayó junto a una de las nagas y rodó un par de metros por el suelo, pero pasó completamente desapercibida para los monstruos. En el segundo intento me acerqué un poco a las criaturas, aunque nadie advirtió su presencia, igualmente. Fue al tercer intento cuando logré alcanzar el objetivo y la reacción que pretendía, pues le aticé a una de las nagas en plena cabeza. Un escalofriante bufido escapó de su garganta al recibir el golpe y sus ojos se entrecerraron en un gesto de odio dirigido un grupo de sus enemigas ancestrales que se encontraba a unos metros de distancia. Ya debían de haber sufrido bromas similares, pues la atacada ni se planteó que existiera otro responsable diferente a las equidnas. Claro que también es cierto que una de las razones para apuntar a las nagas era, precisamente, su escasa capacidad de razonamiento. A pesar de la creencia popular, la capacidad de lanzar hechizo no está relacionada con la inteligencia... lo que no quita para que existan brujos listos (además de guapos, atractivos, divertidos, cultos y con muchas ganas de complacer a quien se deje) como un servidor.

El resto de nagas no tardaron en apoyar a su compañera y las seis juntas, con rayos eléctricos resplandeciendo en sus manos, se dirigieron hacia las equidnas que consideraban responsables del ataque. Estas, viendo lo que se les venía encima, empuñaron sus armas (abundaban las lanzas tradicionales, pero también distinguí lo que parecía ser un cañón láser y un par de látigos energéticos) y se prepararon para el enfrentamiento.

Mientras las criaturas se gritaban y bufaban mutuamente, Gotthold y yo descendimos a nivel de suelo y emprendimos nuestro viaje en dirección a la parte más oscura de la cueva. Íbamos muy despacio, encogidos contra las paredes de piedra como si tratáramos de mimetizarnos con su color y textura. Era importante no atraer la atención. La penumbra generalizada nos permitía pasar desapercibidos para los ojos humanos de una equidna, pero los sensores de infrarrojos que poseían las nagas nos detectarían en cuanto nos enfocaran. Esa era otra de las razones por las que las elegí como objetivo de la pedrada. Si estaban distraídas luchando, no tendrían tiempo para ponerse a buscar intrusos.

Pasito a pasito, fuimos avanzando lentamente por el perímetro de la caverna, siempre pegados a los muros rocosos. No era fácil mantener la compostura teniendo delante semejante colección de monstruos furiosos y, en más de una ocasión, a punto estuve de echar a correr. La tensión también era patente en el conde, al que incluso le había salido un tic en el ojo. Pero ambos conseguimos controlarnos y seguimos caminando. Las nagas y equidnas continuaron con sus amenazas, pero la situación no llegó a mayores.

— Es el mejor plan de toda mi vida. — Pensé orgulloso poco antes de que alcanzáramos nuestro destino y le diera otro morreo a Gotthold (para liberar tensiones). Aunque si hubiera sabido lo que me iba a encontrar allí, no habría estado tan contento.

martes, 26 de agosto de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 16

—Contempla ante ti la tercera prueba que deberás superar —proclamó Häarnarigilna. Había perdido algo de entusiasmo y su voz no sonaba tan profunda como al principio, pero aún trataba de presentar los obstáculos con la pomposidad requerida por su cargo de guardiana de Reevert Tull.

—Creo que es la cuarta —la corrigió Baz.

La vaca le miró con un profundo odio asesino en los ojos. El guerrero tomó nota de que las correcciones no serían bienvenidas en el futuro.

—Contempla ante ti la... cuarta prueba que deberás superar —repitió la rumiante arrastrando las palabras—. Deberás... espera ¿has dicho que era la cuarta?

—Ehh... ¿Sí? —respondió Baz dubitativo. Tenía miedo de volver a molestar a la guardiana.

—En ese caso ¡has completado el primer nivel de Reevert Tull! —voceó la vaca. Su voz profunda había regresado y hasta se la veía más animada.

—¿Y qué he ganado? —preguntó el guerrero.

—Tendrás el honor de... ¡enfrentarte a mí en combate singular! —exclamó Häarnarigilna antes de echarse a reír a carcajadas.

—Pero... eso es trampa —se quejó Baz—. Ya te vencí antes.

—Entonces ganaste el derecho a penetrar en las entrañas de la montaña. Ahora debes luchar para poder acceder al siguiente nivel de la mazmorra —explicó la vaca mientras adoptaba una postura de esgrima. En su mano portaba una espada de aspecto antiguo. El guerrero no tenía ni idea de dónde habría sacado el arma, pero tampoco era algo que le preocupase en demasía. Lo importante para él era que Häarnarigilna no disponía de su gigantesco mazo.

—Sigue sin parecerme justo —respondió Baz desenvainando su espada—. No obstante, acataré gustoso las reglas del lugar y me enfrentaré a la guardiana de Reevert Tull. Sonriente, la vaca se lanzó al ataque sin esperar a que su contrincante acabase de hablar. Estaba ansiosa por resarcirse por sus anteriores fracasos con las pruebas de la mazmorra venciendo a aquel caballero que la había puesto en ridículo. La venganza era su único objetivo y no le importaba dejar a un lado el honor y las buenas maneras para ganar.

A Baz no le pilló por sorpresa el ataque a traición de la vaca, aunque le decepcionó un poco que se comportase así. Sin embargo, las cuestiones morales pronto pasaron a un segundo plano en su cabeza en cuanto recibió la embestida de Häarnarigilna. A pesar de no contar con su mazo, la rumiante se desenvolvía con soltura y su fuerza seguía siendo prodigiosa. Incluso en aquellas condiciones, Baz no estaba seguro de su victoria. Por suerte para él, una enorme piedra se estrelló contra la cabeza de la vaca, dejándola sin sentido al instante.

—Los clásicos, siempre funcionan —comentó Tayner.

sábado, 23 de agosto de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 20

—¿Un portal de teletransporte? —me preguntó Gotthold desconcertado—. ¿Eso quiere decir que lleva a algún lugar lejano?

—Supongo que a sus respectivas colonias —contesté—. Por lo que llevamos visto me da que esto es más una mina que un nido compartido. En el vertedero sólo había cascotes y cachivaches, pero nada de comida.

—Por curiosidad ¿qué suelen comer?

—Lo que pillen. Bichos, caballos, peces, ranas, cerdos...

—¿Humanos? —me interrumpió el conde con cara de preocupación.

—Ehh... a veces, pero no suele ser algo habitual. Sólo en épocas de escasez. De mucha escasez. Normalmente, las equidnas prefieren usar a los hombres que se encuentran para realizar sacrificios rituales a su dios. Las mujeres les son más indiferentes. Cosas de monstruos.

—Eso me deja mucho más tranquilo —dijo Gotthold con ironía—. Da gusto saber que sólo nos sacrificarían.

—Centrémonos en que de momento no saben que estamos aquí —apunté para tranquilizarle.

—¿Y cómo puedes estar seguro?

—Bueno... nadie nos ha atacado todavía —comenté.

—Ya me siento más seguro —masculló el conde—. Antes has dicho que esto es una mina ¿qué es lo que buscan? ¿oro?

—A las nagas les encantan los metales preciosos, pero creo que en esta ocasión están más interesadas en un artilugio encantado que hay enterrado por las cercanías.

—Hay que reconocerles que son unas trabajadoras magníficas si han conseguido abrir ellas solas esta caverna.

Un chirrido extraño e inhumano (también era in-animal, in-vegetal, in-tecnológico e in-cualquier cosa conocida) inundó en ese instante la gruta y penetró en nuestros oídos como un par de estiletes. Sólo duró unas décimas de segundo, pero consiguió hacernos caer de dolor. Creo que grité, pero no lo sé con seguridad. Tampoco parecía que las equidnas y las nagas se hubieran dado cuenta de nuestra presencia. Debían de haber sufrido tanto como nosotros con el espantoso chirrido, sobre todo las primeras. Es una de las desventajas de ser medio-humano.

—Puede que hayan tenido ayuda —apunté—. Algo grande y ultrasónico que habita por aquella zona tan oscura del fondo... deberíamos acercarnos para echar un vistazo. Gotthold asintió. Estaba pálido y sudaba a mares, pero no dijo nada al respecto. Al menos, hasta que le di un morreo.

—¿Y eso?

—Por si no salimos vivos —respondí. Hay pocas escusas mejores que esa y, en ese momento, estaba totalmente justificada. Entonces, con una sonrisa de oreja a oreja y mientras el conde me observaba con estupor, cogí una piedra y la lancé contra las nagas.

lunes, 18 de agosto de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 15

A pesar de que aún no había cumplido los 30, Baz acumulaba una experiencia en asuntos guerreros que rivalizaba con la que podían tener muchos importantes comandantes sexagenarios. No en vano había entrado a la Academia Militar Interna de los Gentiles y Alegres Paladines Decapitadores cuando solo contaba con 6 años de edad. En realidad no se trataba de un alumno, pues la institución no consideraba apropiado enseñar el uso de las armas a estudiantes menores de 12. Su presencia allí se debía a causas de índole familiar. Por un lado, el pequeño Baz Sannir se había quedado huérfano tras un extraño accidente de barco en el que estuvo implicado un troll borracho. Y, por el otro, acababa de ser adoptado por su tío Laf, que resultaba ser por aquel entonces el Magnífico y Excelentísimo Rector de la Academia.

Baz no entró como alumno, pero aun así fue adoctrinado y entrenado en las artes caballerescas. Los adultos que le rodeaban no tenían mucho más que enseñarle. Esta instrucción, además de forjarle su cuadriculado carácter, también consiguió convertirle en un diestro luchador antes de que, a los 10 años, se matriculara como estudiante. Ser dos años más joven que sus compañeros no supuso ningún tipo de obstáculo para el joven, que sentía verdadera pasión por todo lo que le enseñaban y estaba empeñado en convertirse en el mejor caballero que hubiera existido en la historia de Kierg, uno que velara por la justicia, defendiera a los débiles y castigara a los culpables.

Desde su graduación en la Academia (el primero de su promoción en todas las materias) habían pasado muchos años y Baz había dedicado buena parte de ellos a recorrer el país, poniendo su espada al servicio de aquellos que lo necesitaran. Esta labor justiciera le había permitido perfeccionar aún más sus técnicas de combate, sus aptitudes físicas y sus reflejos . Por eso, en cuanto escuchó el leve tañido que produjo al disparar la cuerda de la primera ballesta oculta, Baz rodó por el suelo hasta el rincón más protegido de la galería y se agazapó contra la pared poniendo la espada delante de su cabeza como defensa. Las trampas de ese tipo no eran algo nuevo para él. Se había enfrentado a una cuantas y, normalmente, conseguía superarlas sin más daño que unos rasguños en las piernas, aunque solía ir vestido en esas ocasiones. Por suerte para Baz, la trampa solo lanzó una única flecha que cayó a varios metros de donde se encontraba.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Häarnarigilna preocupada—. No he oído gritos ni nada.

—Me parece que se ha roto —respondió Baz levantándose del suelo—. O puede que ya no le quedaran más flechas —añadió señalando a un rincón de la galería donde, amontonadas, se acumulaban un millar de saetas.

—Alguien ha pasado por aquí.

—Seguramente fuera Tayner —dijo el guerrero—. Aunque no entiendo cómo ha podido sobrevivir.

—Sigamos —mugió la vaca enfadada.

Proximamente a la venta...

domingo, 17 de agosto de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 19

Lo que había comenzado como una pequeña y rutinaria investigación acerca del monstruo legendario que impedía descansar con sus terremotos a la familia Ameisenhaufen, estaba tomando un cariz bastante extraño y peligroso. Yo, desde luego, nunca me había encontrado con nada parecido… y eso que aún no sabía ni la mitad de lo que estaba sucediendo allí. La única información de la que disponía era que dos especies habían formado una alianza contra-natura que, dependiendo de cuál fuera su propósito, podía llegar a amenazar la vida en el planeta. No era mucho, pero tengo que reconocer que gustaba ese suspense. No tanto como tener a Gotthold desnudo entre mis piernas, pero era lo que me podía permitir en ese momento. Conociendo al conde, seguro que ponía por delante salvar el mundo a disfrutar de un buen polvo conmigo. Hay gente para todo.

Como decía, no sabía ni la mitad de lo que ocurriría por allí, aunque no tardaría mucho en descubrir un poquito más. A escasos metros de allí, tras un pronunciado recodo, la galería terminaba en la caverna más grande que había contemplado jamás. Era tan enorme, gigantesca, e inmensamente desproporcionada que ni siquiera veía el fondo. Y por las marcas que se veían en las paredes, estaba claro de que era tan natural como un sofá de tres plazas.

Obviamente, semejante espacio no se encontraba vacío. Abundaban los vagones de minería, las rampas de madera suspendidas en el vacío y los montones de escombros. También había unas cuantas equidnas. Algunas trabajaban moviendo, picando o tamizando las piedras y otras montaban guardia con sus armas a punto. Tras llevar decenas de años allí escondidas excavando aquella gruta, todavía seguían sin sentirse seguras. Son unos seres curiosos las equidnas. Claro que, quizás, el armamento no estuviera destinado a combatir una incursión exterior, sino a controlar a elementos del interior. Parecía que el odio ancestral entre las especies aún permanecía embotando el ambiente.

Lo que también flotaba en el aire en grandes cantidades era la magia, especialmente en la zona central de la cueva. Allí, seis nagas ataviadas con coloridos collares y coronas emplumadas, rodeaban un cristal azul. Tenía el tamaño de un elefante hembra de avanzada edad y emitía un continuo rayo luminoso sobre una de las paredes de la gruta, justo en el lugar donde se abría un agujero en la piedra.

—¿Qué es eso? —me preguntó Gotthold entre susurros.

—Creo que es la razón por la que el agua del lago no está fría por la noche —dije—. Es un cristal acumulador de magia.

—¿Y para qué sirve?

—Absorbe la magia ambiental y de esa forma los magos pueden lanzar hechizos que necesitan bastante poder como las invocaciones demoniacas o, en este caso, un portal de teletransporte.

lunes, 11 de agosto de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 14

Häarnarigilna permaneció en silencio mientras guiaba, con la ayuda de la luz de una antorcha, a Baz por los pasadizos que horadaban las profundidades de Reevert Tull. Ninguno de los dos dijo una palabra. La vaca, se sentía avergonzada por cómo había salido la primera prueba y el guerrero no quería importunarla más. Además, se encontraba distraído observando detenidamente cada recoveco y cada desvío en busca de una señal de Tayner. Los pasadizos bajo la montaña parecían formar un auténtico laberinto y a Baz le preocupaba que el príncipe se hubiera podido perder en su afán por encontrar tesoros. solo dos cosas le hacían mantener la tranquilidad suficiente como para seguir a Häarnarigilna por los túneles. La primera era la seguridad de que si salía corriendo, la vaca se lo haría pasar muy mal. Y la segunda era la esperanza de que todo en ese lugar fuera igual de cutre que lo que había visto hacia el momento y la red de pasadizos resultara menos intrincada de lo que aparentaba.

—Los que construyeron esta mazmorra no eran muy avispados —pensó—. Seguro que todos los pasadizos acaban en el mismo sitio.

Häarnarigilna, entretanto, había ido disminuyendo la marcha hasta detenerse por completo junto a la entrada a una pequeña cueva. En el interior de esta cavidad no había nada más que una palanca que sobresalía de la pared. La vaca le indicó a Baz que entrase y permaneció en silencio hasta que el caballero se situó en el lugar que ella debía creer conveniente.

—Ahora, deberás alcanzar de un salto aquella palanca y accionarla antes de que el suelo de la caverna se hunda —proclamó la rumiante con la voz profunda que usaba para desempeñar sus labores de guardiana de la montaña—. Recuerda, tienes que hacerlo de un salto —añadió al darse cuenta de que la palanca en cuestión le llegaba al guerrero a la altura del hombro. Baz dio un ágil brinco y accionó la palanca sin ningún tipo de problema.

—Así es más difícil de lo que parece —dijo el guerrero tratando de consolar a la vaca. Era evidente que se sentía algo deprimida ante el fracaso de los obstáculos ancestrales de su mazmorra—. Aunque sigo pensando que esto se diseñó para gnomos ¿no hay nada para humanos?

—No sé… —reflexionó la vaca.

—Tiene que haber alguna prueba en la que medir 1’80 no sea un factor determinante.

—Puede que haya algo… —comentó Häarnarigilna. Los ojos le lucían por la expectación.

—Genial. Me sentiría fatal si saliera de aquí sin hacer las cosas como manda la tradición —dijo Baz—. ¿Qué tengo que hacer?

—Sigue por este túnel y no te detengas hasta que encuentres un riachuelo —le explicó la vaca sonriente—. Una vez allí, sabrás lo que se espera de ti.

Baz hizo caso a la guardiana de la montaña y se encaminó por la galería. Efectivamente, tal y como le había dicho ella, no tardó en toparse con una pequeña corriente de agua. Y, también según le contó, pronto tuvo claro cuál era el cometido de la prueba. Parecía consistir a sobrevivir a la lluvia de flechas que a punto estaba de dispararse desde todas y cada una de las paredes de roca que le rodeaban.

sábado, 9 de agosto de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 18

A las nagas y a las equidnas se las puede considerar especies emparentadas pues ambas descienden de las serpientes. Incluso hay personas que las confunden, a pesar de que las primeras son reptiles completos con la parte superior de forma ligeramente humanoide y, las últimas, son medio humanas. Es igual que no ver la diferencia entre una trucha y una sirena o entre una vaca y un minotauro. Ya se sabe que hay gente para todo.

A las equidnas les sienta especialmente mal esta confusión, pues no pueden comprender que las comparen con unas criaturas a las que consideran horrorosas (y viceversa, que las nagas también tienen su orgullo y sus propios cánones de belleza reptiliana). De hecho, las cabrea tanto que han acabado por desarrollar un profundo y visceral odio hacia sus primas (y viceversa).

Esto puede parecer una tontería, pero ha hecho del mundo un lugar mucho más feliz. Por separado son fácilmente controlables. Unas están sordas, las otras carecen de órganos sensoriales suplementarios y a ninguna de las dos les sienta demasiado bien el frío extremo. Nada difícil para cualquier caza-monstruos. Sin embargo, las cosas podían ser muy diferentes si se formara una colonia en la que la mezquindad y los recursos de ambas se combinaran. Las nagas cuentan con órganos de detección de infrarrojos, “huelen” con la lengua, notan las vibraciones del suelo y son expertas en magia. Las equidnas, por su parte, tienen los mismos sentidos que un humano y una inteligencia que les permite crear los más fascinantes inventos, además de gran habilidad en el manejo de armas. Juntas podrían tener un nido casi inexpugnable y desencadenar estragos a gran escala. Pero por suerte, se odiaban a muerte. Que esas dos especies compartieran un nido es tan improbable como que el mundo se congelase de pronto por completo… en realidad, lo último tiene más posibilidades de suceder. Así que pueden imaginar mi sorpresa cuando, al torcer una esquina del túnel, pude ver a una naga. Y el mundo, aún no se había congelado.

—¿Qué te ocurre? —me preguntó Gotthold. Mis ojos a punto de salirse de las órbitas y mi boca abierta de par en par debían de reflejar muy bien el estado de estupor absoluto que dominaba mi ser.

—Hay una naga —respondí.

—¿Nos ha visto?

—No, tranquilo, ha pasado de largo. Pero no es buena señal que equidnas y nagas compartan la misma colonia. Se odian a muerte —le expliqué al conde—. En un bestiario que leí una vez ponía textualmente que “eso no ocurriría “nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca y nunca”.

—Habrán hecho una tregua —dijo el Gotthold.

—Eso es lo que me preocupa porque en ese caso, estaremos jodidos. Y que conste que por “estaremos” me estoy refiriendo a la humanidad en su conjunto.

martes, 5 de agosto de 2014

Recomendación del día: Traductores anónimos

Acabo de ver en "El Callejón del Gato Pardo" que Minu y los suyos acaban de poner en marcha el blog "Traductores Anónimos" dedicado a las traducciones de libros y relatos homoeróticos de autores que hayan dado su permiso. Es una fantástica iniciativa porque no sólo permite al público que no habla inglés conocer a autores extranjeros de forma legal y gratuita, también sirve para que esos escritores y sus editoriales descubran un mercado que hasta el momento tenían bastante olvidados. El primer autor seleccionado es el norteamericano Josh Layton, al que hace tiempo que tenía ganas de leer.

Si no tenéis problema con los idiomas y os gusta la iniciativa, también podéis colaborar con ellos como traductores.

losfranceses

domingo, 3 de agosto de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 13

—No es seguro adentrarse en solitario por las galerías que horadan el corazón de Reevert Tull —proclamo Häarnarigilna enfadada cuando Tayner hubo desaparecido en el interior de la oscura montaña—. Hay muchas trampas. Tendrán más oportunidades de rescatarle si te acompaño. Baz asintió. Por un instante se había llegado a plantear seguir al príncipe. No solo porque dio su palabra de que le protegería hasta que estuviera de regreso en su castillo, también por el hechizo amoroso que hacía que su corazón se acelerara cada vez que se fijaba en esos ojos verdes que tanto le recordaban a Trelios, su antiguo compañero de la academia. Pero algo le decía que ese no era momento de hacer caso a promesas y sentimientos, sino de reflexionar las cosas con calma y escuchar a los que le rodeaban. Sobre todo a vacas que tuvieran una expresión de furia desatada en el rostro y poseyeran una fuerza descomunal con la que podían partir huesos de hombres como si fueran tiernas ramitas primaverales. Si quería ayudar a Tayner a salir de la montaña primero tendría que sobrevivir y, para ello, sería mejor seguirle el juego a la vaca. Al menos, hasta que encontrara una forma de escapar de su vigilancia.

—Pues tú dirás —dijo el guerrero.

—Tendrás que enfrentarte al primer reto en cuanto lleguemos al siguiente recoveco. —Anunció la vaca con solemnidad.

Baz desenvainó su espada y se puso en guardia dispuesto a enfrentarse a cualquier peligro que pudiera aparecer. Aunque lo que le esperaba al volver la esquina no era un enemigo. En su lugar, encontró que el túnel estaba dividido por un profundo río de un metro y medio de ancho. En el interior de su estrecho cauce el agua corría tranquila y solo tres piedras con aspecto de resbaloso, sobresalían por encima de su superficie.

—Aquí no hay nada —se quejó Baz.

—El río es la prueba —explicó Häarnarigilna—. Debes elegir cómo cruzarlo. solo una de esas tres piedras te permitirá pasar al otro lado.

—¿Y no puedo saltarlo? —preguntó Baz—. No es muy ancho y llegaría sin problemas a la otra orilla.

—Eh… —La vaca parecía perpleja.

—Pero si hay que elegir una piedra, yo la elijo —continuó el guerrero preocupado—. Lo último que quiero es hacer trampas. Sería una vergüenza que un caballero andante como fuera cogiendo atajos en las pruebas que se encuentra en una mítica mazmorra como esta.

—No… no creo que haya ninguna regla que prohíba saltar el río —reconoció Häarnarigilna con un hilo de voz.

—¿Estás segura? Porque no me gustaría hacer nada ilegal. Si sigo quebrantando preceptos del Código Ámbar de los Caballeros van a acabar por expulsarme de la orden.

—Puedes pasar como quieras —le dijo la rumiante.

—De todas formas, dado que no parece que tengamos claras las reglas voy a optar por elegir una piedra.

—¿De verdad? —preguntó ilusionada la vaca.

—Sí. Escojo la más alejada porque… simboliza el esfuerzo —respondió Baz.

—Has acertado —proclamó Häarnarigilna.

—Genial. Por cierto ¿qué habría ocurrido si me llego a equivocar?

—Pues habrías caído al agua y te habrías ahogado.

—No es que parezca un río muy profundo —comentó Baz observando el cauce—. Dudo que me llegué más arriba de la rodilla.

—Eh… puede ser —reconoció la vaca.

—Me parece que esta era una prueba diseñada para gnomos.

sábado, 2 de agosto de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 17

Gotthold y yo dejamos atrás el vertedero y nos adentramos en el túnel por el que habíamos visto desaparecer a la equidna cuya belleza me hizo querer restregarme con sus partes serpentinas. Claro que, antes de seguir un camino que llevaría (con toda seguridad) al cubil de los malvados monstruos, tuvimos la precaución de revisar el resto de montones por si entre los desperdicios que acumulaban se escondiera otra arma que nos pudiera servir en la misión. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que las señales de magia roja que había captado a nuestro alrededor venían de fragmentos de artilugios rotos. Continuaban encantados pero, en su estado, resultaban inservibles.

—Cualquier cosa de utilidad estará ya en sus manos —le expliqué al conde.

—Bueno, tenemos la espada.

—Si la han tirado aquí, no creo que tenga demasiado valor o poder —comenté—. Y aunque así fuera, no sabemos cómo funciona.

—Abra cadabra —dijo Gotthold agitando la espada.

—Dudo que el hechizo de activación sea algo como eso. Normalmente, se usan palabras al revés como “ogeuf” o “samall”.

—Pues… ar… ba… d… ac… a… rrrr… ba —balbuceó—. Arbadac arba.

—No es tan simple —comenté. Me hacía gracia verle tratando de hacer magia como un niño que aún imagina a las hadas como unas diminutas y simpáticas damitas, en lugar de los pendones desorejados que realmente son. Bueno, me hacía gracia hasta que la espada comenzó a llamear. Entonces, al que le hizo gracia fue a Gotthold.

—Ya está arreglada —comentó el conde muy sonriente.

—Bien… —murmuré. No acababa de entender lo que acababa de ocurrir—. Bien. Pero incluso con una espada encantada, seguimos en desventaja.

—También tenemos tu magia.

—Me parece que sobrevaloras bastante mis poderes —dije.

—En ese caso, puedes usar el machete que llevas en la mochila.

No me agradan demasiado las armas y, siempre que sea posible, intento no aniquilar nada de lo que me encuentro (menos aún si está buenorro). Yo no soy Buffy y no soy un cazador, ni un asesino. Normalmente, es suficiente con devolver a las criaturas a su lugar de origen o encontrarles uno nuevo. Obviamente, a veces no queda otro remedio, sobre todo si el monstruo está tratando de devorarte o te enfrentas a bichos tan malvados como las ovejas (auténticas emisarias del averno), pero esas son las excepciones. No obstante, en ese momento no puse pegas a blandir el machete. Nos íbamos a adentrar en una cueva llena a rebosar de equidnas armadas (eso que supiéramos) y más me valía llevar en la mano algo afilado para mostrarles. Se me ocurrían otras cosas con las que ocupar mis dedos (una colgaba de la entrepierna de Gotthold), pero tenía que reconocer que el machete intimidaba más (en ese contexto, al menos).