Lo que había comenzado como una pequeña y rutinaria investigación acerca del monstruo legendario que impedía descansar con sus terremotos a la familia Ameisenhaufen, estaba tomando un cariz bastante extraño y peligroso. Yo, desde luego, nunca me había encontrado con nada parecido… y eso que aún no sabía ni la mitad de lo que estaba sucediendo allí. La única información de la que disponía era que dos especies habían formado una alianza contra-natura que, dependiendo de cuál fuera su propósito, podía llegar a amenazar la vida en el planeta. No era mucho, pero tengo que reconocer que gustaba ese suspense. No tanto como tener a Gotthold desnudo entre mis piernas, pero era lo que me podía permitir en ese momento. Conociendo al conde, seguro que ponía por delante salvar el mundo a disfrutar de un buen polvo conmigo. Hay gente para todo.
Como decía, no sabía ni la mitad de lo que ocurriría por allí, aunque no tardaría mucho en descubrir un poquito más. A escasos metros de allí, tras un pronunciado recodo, la galería terminaba en la caverna más grande que había contemplado jamás. Era tan enorme, gigantesca, e inmensamente desproporcionada que ni siquiera veía el fondo. Y por las marcas que se veían en las paredes, estaba claro de que era tan natural como un sofá de tres plazas.
Obviamente, semejante espacio no se encontraba vacío. Abundaban los vagones de minería, las rampas de madera suspendidas en el vacío y los montones de escombros. También había unas cuantas equidnas. Algunas trabajaban moviendo, picando o tamizando las piedras y otras montaban guardia con sus armas a punto. Tras llevar decenas de años allí escondidas excavando aquella gruta, todavía seguían sin sentirse seguras. Son unos seres curiosos las equidnas. Claro que, quizás, el armamento no estuviera destinado a combatir una incursión exterior, sino a controlar a elementos del interior. Parecía que el odio ancestral entre las especies aún permanecía embotando el ambiente.
Lo que también flotaba en el aire en grandes cantidades era la magia, especialmente en la zona central de la cueva. Allí, seis nagas ataviadas con coloridos collares y coronas emplumadas, rodeaban un cristal azul. Tenía el tamaño de un elefante hembra de avanzada edad y emitía un continuo rayo luminoso sobre una de las paredes de la gruta, justo en el lugar donde se abría un agujero en la piedra.
—¿Qué es eso? —me preguntó Gotthold entre susurros.
—Creo que es la razón por la que el agua del lago no está fría por la noche —dije—. Es un cristal acumulador de magia.
—¿Y para qué sirve?
—Absorbe la magia ambiental y de esa forma los magos pueden lanzar hechizos que necesitan bastante poder como las invocaciones demoniacas o, en este caso, un portal de teletransporte.
Esta semana vengo con un poco de retraso a leer las historias, pero me siguen pareciendo tan interesantes que me tienen bien enganchada.
ResponderEliminarJejejeje eso es lo importante.
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