sábado, 9 de agosto de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 18

A las nagas y a las equidnas se las puede considerar especies emparentadas pues ambas descienden de las serpientes. Incluso hay personas que las confunden, a pesar de que las primeras son reptiles completos con la parte superior de forma ligeramente humanoide y, las últimas, son medio humanas. Es igual que no ver la diferencia entre una trucha y una sirena o entre una vaca y un minotauro. Ya se sabe que hay gente para todo.

A las equidnas les sienta especialmente mal esta confusión, pues no pueden comprender que las comparen con unas criaturas a las que consideran horrorosas (y viceversa, que las nagas también tienen su orgullo y sus propios cánones de belleza reptiliana). De hecho, las cabrea tanto que han acabado por desarrollar un profundo y visceral odio hacia sus primas (y viceversa).

Esto puede parecer una tontería, pero ha hecho del mundo un lugar mucho más feliz. Por separado son fácilmente controlables. Unas están sordas, las otras carecen de órganos sensoriales suplementarios y a ninguna de las dos les sienta demasiado bien el frío extremo. Nada difícil para cualquier caza-monstruos. Sin embargo, las cosas podían ser muy diferentes si se formara una colonia en la que la mezquindad y los recursos de ambas se combinaran. Las nagas cuentan con órganos de detección de infrarrojos, “huelen” con la lengua, notan las vibraciones del suelo y son expertas en magia. Las equidnas, por su parte, tienen los mismos sentidos que un humano y una inteligencia que les permite crear los más fascinantes inventos, además de gran habilidad en el manejo de armas. Juntas podrían tener un nido casi inexpugnable y desencadenar estragos a gran escala. Pero por suerte, se odiaban a muerte. Que esas dos especies compartieran un nido es tan improbable como que el mundo se congelase de pronto por completo… en realidad, lo último tiene más posibilidades de suceder. Así que pueden imaginar mi sorpresa cuando, al torcer una esquina del túnel, pude ver a una naga. Y el mundo, aún no se había congelado.

—¿Qué te ocurre? —me preguntó Gotthold. Mis ojos a punto de salirse de las órbitas y mi boca abierta de par en par debían de reflejar muy bien el estado de estupor absoluto que dominaba mi ser.

—Hay una naga —respondí.

—¿Nos ha visto?

—No, tranquilo, ha pasado de largo. Pero no es buena señal que equidnas y nagas compartan la misma colonia. Se odian a muerte —le expliqué al conde—. En un bestiario que leí una vez ponía textualmente que “eso no ocurriría “nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca y nunca”.

—Habrán hecho una tregua —dijo el Gotthold.

—Eso es lo que me preocupa porque en ese caso, estaremos jodidos. Y que conste que por “estaremos” me estoy refiriendo a la humanidad en su conjunto.

2 comentarios:

  1. Vayaa, ahora nagas, esto se está complicando mucho para el pobre Blaine, espero que salga airoso de esta aventura y pueda intimar con el apuesto conde, jajaja.

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    1. El pobre lo está pasando muy mal con tanto bicho. Y encima no puede disfrutar con Gotthold tanto como le gustaría. En breve saldremos de dudas. Muchas gracias por el comentario.

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