A pesar de que aún no había cumplido los 30, Baz acumulaba una experiencia en asuntos guerreros que rivalizaba con la que podían tener muchos importantes comandantes sexagenarios. No en vano había entrado a la Academia Militar Interna de los Gentiles y Alegres Paladines Decapitadores cuando solo contaba con 6 años de edad. En realidad no se trataba de un alumno, pues la institución no consideraba apropiado enseñar el uso de las armas a estudiantes menores de 12. Su presencia allí se debía a causas de índole familiar. Por un lado, el pequeño Baz Sannir se había quedado huérfano tras un extraño accidente de barco en el que estuvo implicado un troll borracho. Y, por el otro, acababa de ser adoptado por su tío Laf, que resultaba ser por aquel entonces el Magnífico y Excelentísimo Rector de la Academia.
Baz no entró como alumno, pero aun así fue adoctrinado y entrenado en las artes caballerescas. Los adultos que le rodeaban no tenían mucho más que enseñarle. Esta instrucción, además de forjarle su cuadriculado carácter, también consiguió convertirle en un diestro luchador antes de que, a los 10 años, se matriculara como estudiante. Ser dos años más joven que sus compañeros no supuso ningún tipo de obstáculo para el joven, que sentía verdadera pasión por todo lo que le enseñaban y estaba empeñado en convertirse en el mejor caballero que hubiera existido en la historia de Kierg, uno que velara por la justicia, defendiera a los débiles y castigara a los culpables.
Desde su graduación en la Academia (el primero de su promoción en todas las materias) habían pasado muchos años y Baz había dedicado buena parte de ellos a recorrer el país, poniendo su espada al servicio de aquellos que lo necesitaran. Esta labor justiciera le había permitido perfeccionar aún más sus técnicas de combate, sus aptitudes físicas y sus reflejos . Por eso, en cuanto escuchó el leve tañido que produjo al disparar la cuerda de la primera ballesta oculta, Baz rodó por el suelo hasta el rincón más protegido de la galería y se agazapó contra la pared poniendo la espada delante de su cabeza como defensa. Las trampas de ese tipo no eran algo nuevo para él. Se había enfrentado a una cuantas y, normalmente, conseguía superarlas sin más daño que unos rasguños en las piernas, aunque solía ir vestido en esas ocasiones. Por suerte para Baz, la trampa solo lanzó una única flecha que cayó a varios metros de donde se encontraba.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Häarnarigilna preocupada—. No he oído gritos ni nada.
—Me parece que se ha roto —respondió Baz levantándose del suelo—. O puede que ya no le quedaran más flechas —añadió señalando a un rincón de la galería donde, amontonadas, se acumulaban un millar de saetas.
—Alguien ha pasado por aquí.
—Seguramente fuera Tayner —dijo el guerrero—. Aunque no entiendo cómo ha podido sobrevivir.
—Sigamos —mugió la vaca enfadada.
Me ha gustado mucho saber algo del pasado de Baz y espero que en los siguientes podamos enterarnos de más cosas de su vida.
ResponderEliminarTenía ganas de explorar un poco su vida y que no todo gire alrededor de la aventura. En las próximas entregas irán saliendo más cosas. Muchas gracias por el comentario.
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