sábado, 23 de agosto de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 20

—¿Un portal de teletransporte? —me preguntó Gotthold desconcertado—. ¿Eso quiere decir que lleva a algún lugar lejano?

—Supongo que a sus respectivas colonias —contesté—. Por lo que llevamos visto me da que esto es más una mina que un nido compartido. En el vertedero sólo había cascotes y cachivaches, pero nada de comida.

—Por curiosidad ¿qué suelen comer?

—Lo que pillen. Bichos, caballos, peces, ranas, cerdos...

—¿Humanos? —me interrumpió el conde con cara de preocupación.

—Ehh... a veces, pero no suele ser algo habitual. Sólo en épocas de escasez. De mucha escasez. Normalmente, las equidnas prefieren usar a los hombres que se encuentran para realizar sacrificios rituales a su dios. Las mujeres les son más indiferentes. Cosas de monstruos.

—Eso me deja mucho más tranquilo —dijo Gotthold con ironía—. Da gusto saber que sólo nos sacrificarían.

—Centrémonos en que de momento no saben que estamos aquí —apunté para tranquilizarle.

—¿Y cómo puedes estar seguro?

—Bueno... nadie nos ha atacado todavía —comenté.

—Ya me siento más seguro —masculló el conde—. Antes has dicho que esto es una mina ¿qué es lo que buscan? ¿oro?

—A las nagas les encantan los metales preciosos, pero creo que en esta ocasión están más interesadas en un artilugio encantado que hay enterrado por las cercanías.

—Hay que reconocerles que son unas trabajadoras magníficas si han conseguido abrir ellas solas esta caverna.

Un chirrido extraño e inhumano (también era in-animal, in-vegetal, in-tecnológico e in-cualquier cosa conocida) inundó en ese instante la gruta y penetró en nuestros oídos como un par de estiletes. Sólo duró unas décimas de segundo, pero consiguió hacernos caer de dolor. Creo que grité, pero no lo sé con seguridad. Tampoco parecía que las equidnas y las nagas se hubieran dado cuenta de nuestra presencia. Debían de haber sufrido tanto como nosotros con el espantoso chirrido, sobre todo las primeras. Es una de las desventajas de ser medio-humano.

—Puede que hayan tenido ayuda —apunté—. Algo grande y ultrasónico que habita por aquella zona tan oscura del fondo... deberíamos acercarnos para echar un vistazo. Gotthold asintió. Estaba pálido y sudaba a mares, pero no dijo nada al respecto. Al menos, hasta que le di un morreo.

—¿Y eso?

—Por si no salimos vivos —respondí. Hay pocas escusas mejores que esa y, en ese momento, estaba totalmente justificada. Entonces, con una sonrisa de oreja a oreja y mientras el conde me observaba con estupor, cogí una piedra y la lancé contra las nagas.

2 comentarios:

  1. Jajaja, me ha gustado eso del morreo por si no salen con vida. Qué bien aprovecha Blaine cualquier oportunidad.

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    1. No se pierde ni una jejeje lo raro es que no haya desnudado a Gotthold ahí mismo. Muchas gracias por los comentarios.

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