El ser voluminoso (aunque no era mucho más alto que un humano) y de color marrón (salvo por una enorme mancha blanca que cubría sus cuartos traseros) contaba con un morro prominente, un par de cuernecitos puntiagudos, patas relativamente finas, ojos grandes y pezuñas formadas por dos dedos. Baz no tuvo ninguna duda, desde el instante en que la vio, de que aquel ser era una vaca aunque se encontrara erguida sobre sus patas traseras y les estuviera saludando efusivamente con las delanteras. Era una vaca… o un toro. El sexo era lo único que aún no tenía claro respecto al animal… bueno, en realidad había muchísimas otras cosas que aún le quedaban por saber, pero Baz era una persona bastante pragmática y esos pequeños detalles no le interesaban. A le daban igual los cómos y los porqués, le bastaba con tener claro que se trataba de una vaca para poder hablar con ella. En cambio el tema del sexo le preocupaba mucho. Nunca había hablado con un rumiante (al menos esperando respuesta), pero intuía que llamar “vaca” a un toro bravo no era de esas situaciones que terminan bien. Lo podía haber averiguado con un rápido vistazo en busca de las ubres pero, por alguna razón, eso le parecía una descortesía.
—Buenos días —les saludó el animal con una reverencia cuando se acercaron. Baz se llevó un chasco al darse cuenta de que, en contra de lo que había esperado, no iba obtener ninguna pista sobre el sexo del rumiante por su voz. Era el tono más plano y asexuado que había oído en su vida.
—Buenos días, señ… —empezó el guerrero haciendo serios esfuerzos para controlar la tentación de mirar por debajo de la cintura del animal.
—Es una vaca —dijo Tayner divertido. El príncipe no tenía tantos reparos como su acompañante en fijar la mirada en determinadas partes del cuadrúpedo. Y tampoco le importaba señalarlas.
—Mis ojos están aquí —se quejó el animal.
—Y sus ubres ahí abajo —le susurró Tayner al oído de Baz.
—Compórtate —le ordenó el guerrero.
—No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo. Es una vaca.
—Ya lo he visto.
—¡Es una vaca! —gritó el príncipe.
—Yo lo sé, ella lo sabe, tú lo sabes y si hay alguien por los alrededores, seguro que ya lo sabrá.
—Eres imposible —gruñó Tayner.
—Perdónele, señorita —se disculpó el guerrero ante la vaca—. A la juventud le cuesta mantener los debidos modales.
—Al menos yo voy vestido —farfulló el príncipe indignado.
—No se preocupe, una se acostumbra a cruzarse con maleducados —dijo el rumiante—. Y dígame, gentil guerrero ¿qué hacen por estos bosques a horas tan intempestivas? ¿a dónde se dirigían?
—Buscábamos una montaña solitaria a la que llaman Reevert Tull o algo por el estilo —explicó Baz—. ¿Sabe usted su situación?
—Pues sí. Da la casualidad de que yo soy su guardiana —respondió la vaca mientras en sus manos se materializaba una maza gigantesca y su boca se ponía a rumiar como si estuviera mascando chicle.
—No se pelea con la boca llena —farfulló Tayner.