La paciencia no debía figurar entre las virtudes del rey Morfin, porque les pidió (más bien les ordenó de malas formas mientras una escuadra de sus soldados desenvainaban sus espadas con gesto amenazante) partir inmediatamente sin importarle la hora que fuera, la oscuridad reinante o que ambos se encontraran agotados después de un día lleno de emociones, caminatas, raptos y peleas. Así que Tayner y Baz tuvieron que recoger sus escasas pertenencias y volver a ponerse en marcha. La única deferencia que tuvo el rey fue con el príncipe, al que le regaló unas botas más adecuadas para caminar que el fino calzado que llevaba. Estaba claro que Morfin seguía preocupándose por el muchacho independientemente de robos y manipulaciones.
Durante un tiempo considerable ninguno dijo nada. Tayner no sentía muchas ganas de compartir sus pensamientos (la mayoría de ellos violentos y relacionados con el dolor que sentía a causa de las ampollas de los pies) y Baz no sabía bien qué decir. El guerrero estaba confuso, debatiéndose entre la indignación por haber sido hechizado y la atracción que le provocaban los ojos verdes del chico. Sin embargo, tras pasar el desvío, fue la curiosidad la que impuso sobre el resto de sentimientos.
—Entonces… —empezó el guerrero—. Si te casas con el rey Elveiss… ¿qué eres? ¿su reina consorte?
—No iba a casarme con el rey —respondió Tayner enfadado.
—Pero antes has dicho…
—Dije que no me casaba con su hija —le interrumpió el príncipe—, pero nunca mencioné que fuera a contraer matrimonio con Morfin. Iba a ser su… yerno.
—¿No acabas de mencionar que no te casabas con su hija? —preguntó Baz confundido—. Me estoy liando.
—Hace 500 años, el rey Mirgoniur de Elveiss tenía una preciosa amante a la que adoraba con locura —explicó Tayner—. No quería separarse de ella ni un segundo, pero temía la ira de la reina. Así que se le ocurrió casarla con su hijo primogénito. La cosa fue bien hasta que, con el paso de los años, se encaprichó de otra dama y tuvo que casarla con su segundo hijo. Luego vino una tercera y una cuarta. El rey siguió llevando nuevas “nueras” a la corte incluso cuando se quedó sin hijos solteros. Pero para entonces a nadie le importaba lo que hiciera el rey con sus amantes, ni siquiera a su esposa.
—¿Y acabó convirtiéndose en un tradición?
—Así es —respondió el muchacho—. Ahora mismo, el rey de Elveiss debe presentar una nueva nuera o un nuevo yerno cada cinco años para mostrar al mundo que sigue teniendo ganas de vivir y de gobernar.
—¿Y tú te presentaste voluntario?
—Por atender las necesidades del rey durante cinco años tienes derecho a una vida de lujo y a un cargo importante en el país. No me parecía un mal trato.
—Es posible.
Baz iba tan ensimismado que ni siquiera se dio cuenta de que desde un lado del camino, alguien les saludaba. Y debería haberse fijado porque estaba rodeado de antorchas. Y, además, porque se trataba de una vaca.
Qué tradiciones más interesantes tienen en el reino de Elveiss y menudas vacas más atentas rondan por ahí. Las de aquí tendrían que aprender modales de ellas, jajaja.
ResponderEliminarLas vacas no saludan porque siempre están comiendo y es de mala educación hablar con la boca llena. Si no, seguro que decían algo. Me alegro que te agraden los originales usos palaciegos de Elveiss y muchas gracias por los múltiples comentarios.
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