viernes, 27 de junio de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 11

Entonces supe que Gotthold estaba en lo cierto respecto a las mareas del lago. No porque las viera. Las mareas no se pueden ver así y menos aún con la oscuridad que nos rodeaba. Pero sí que noté algo bullendo en el agua. Una magia que impregnaba cada molécula de líquido y que posibilitaba que se diera cualquier fenómeno inimaginable. Podía haberse manifestado con un estruendoso géisher, con un enorme iceberg o con bellotas ingrávidas, pero esta vez había sido por las mareas. Seguramente, también estaría muy fría. Y me refiero a que parecería recién traída de la Antártida. Como aprendí la vez que un pegaso con mala leche me lanzó a una fuente encantada (cuando yo padecía una intensa hidrofobia, por cierto) las cosas que están en contacto continuo con la magia tienden a las temperaturas extremas. No conozco la razón, pero se debe tener en cuenta si quieres coger un talismán encantado. Siempre hay que echarle un hechizo de cambio de temperatura o, como en mi caso, cogerlo con unos guantes gruesos. El único encantamiento relacionado con el calor que conozco es el de calentar agua lo que, por cierto, es una auténtica suerte porque odio el agua fría. Quizás por eso el hechizo permitió que lo aprendiera. A ver si tengo suerte y un día me tropiezo con un conjuro antimuerte, que tampoco soy muy amigo de que me maten.

Descubrir que el lago se encontraba encantado (o lo que fuera) no consiguió que me abstrajera del suplicio que estaba sufriendo. Tratar de bucear a pulmón con una aparatosa mochila a la espalda y una enorme linterna sumergible en la mano derecha por un túnel angosto y oscuro no era una actividad que me gustara. De hecho, escalaba rápidamente posiciones en mi escala de “peores experiencias con el agua”. Aún le faltaba para alcanzar a la del pegaso, pero no demasiado. Ni siquiera la presencia de Gotthold mejoraba la situación, más que nada porque lo único que le veía eran las plantas de los pies, zona que personalmente me parece bastante poco erótica. Si su culo hubiera ido precediendo mi camino, habría buceado muchísimo más alegre y ligero. Y ya no les cuento cómo me hubiera movido de rápido ante otros estímulos. Pero las plantas de los pies no me animaban en absoluto.

Aun así tampoco debería quejarme tanto porque, a pesar de que se me hiciera eterna, la travesía no duró más que unos pocos segundos. Emergimos en una pequeña bolsa de aire de apenas un palmo de alto. Era muy probable que, como dijo Gotthold, al subir la marea mágica esa zona quedaría anegada e hiciera mucho más complicado atravesar el túnel sin la ayuda de una bombona de oxígeno.

—Respira profundamente y nos volveremos a sumergir —me explicó el conde. Esperaba que dijera algo así porque era obvio que no nos podíamos quedar ahí eternamente. Aun así, escucharlo me sentó como una patada en el centro de mis gónadas—. El túnel que tenemos que atravesar está un poco más al fondo, pero es menos largo.

Un par de segundos más tarde, su cabeza desapareció bajo las aguas y yo tuve que imitarle. Descendí tan rápido que por un momento me desoriente y temí haberme perdido, pero pronto encontré las plantas de los pies de mi guía. Al salir para tomar aire por segunda vez, salí con demasiado ímpetu y me di en la cabeza.

—Ya queda poco —me animó Gotthold. Por supuesto era mentira pues aún tendríamos que repetir el proceso tres veces más antes de llegar nuestro destino: una cueva de tamaño considerable y que (supongo que por cosas de la magia) se encontraba iluminada. Allí se acababa el lago y se abrían un par de galerías en la piedra.

Salí del agua arrastrándome y casi entro en pánico al darme cuenta de que ese sería el único camino de vuelta. De haber conocido el hechizo para hacer explotar montañas lo habría puesto en práctica en ese mismo momento. Pero me tuve que conformar con admirar el precioso y húmedo cuerpo de Gotthold. Viendo que empezaba a tiritar me acerqué y extendí las manos sobre su espalda.

—Rolac —murmuré. Había dejado el mechero como ofrenda para el espíritu del lago lo que significaba que no podría repetir el hechizo con nuevas masas de agua, pero nada impedía que elevase un poco más la temperatura del agua que ya había calentado con anterioridad, como las gotitas que resbalaban entre los omoplatos del conde. A medida que se iba evaporando fui moviendo las manos primero a su culo, luego hacia sus pies, subí por delante hasta su cintura (ahí estuve un rato) y acabé en sus pectorales. Entonces le besé en los labios.

2 comentarios:

  1. Anda, pero si has puesto más capítulos y yo sin enterarme. Lo has dejado en lo más interesante, menos mal que has puesto el siguiente y voy a ir como una flecha a leerlo, jajaja.

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    1. Tenía que haber esperado una semana o dos para crear más suspense jejejeje Espero que te gusten los capítulos y muchas gracias por el comentario.

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