Por alguna razón esta época no es buena para escribir y llevo una semana completamente bloqueado. Debe ser porque se me estresan las neuronas con tantas compras y tantas reuniones. Pero bueno, voy a tratar de cumplir con el calendario durante esta semana, para acabar bien el año y empezar mejor el siguiente. Aunque el día 1, no sé si tendré la cabeza para ser demasiado creativo. En fin, sea como sea, les deseo una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo.
lunes, 30 de diciembre de 2013
Felices fiestas
viernes, 27 de diciembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 43
La aparición del Archivista ayudó a mejorar el pésimo humor de Sergi. Sus problemas con Mario y su odio hacia Héctor permanecían intactos, pero tenía a alguien a quien echarle la culpa de aquella situación. Eso le consolaba. Y en ese momento no contaba con sus libros voladores para protegerle. Si no le daba la información que quería, podría darse el gusto de sacársela a puñetazos.
— No sabes cuánto me alegro de verte, Archivista. — Dijo. — Tenía muchísimas ganas de que me explicaras a qué narices estás jugando con nosotros.
— A nosotros también nos interesaría saber qué es lo que tramas. — Apuntó Héctor. — No suele gustarnos que nos manipulen.
— Curiosa afirmación de alguien que sigue ciegamente las órdenes que le dan. — Respondió el hombre de edad indefinida. Parecía nervioso, aunque también divertido. — Pero todo eso ya da igual, porque ha habido un pequeño cambio de planes.
— ¿Un cambio de planes? — Preguntó Mario sin apartar la mirada del que, hasta unos pocos minutos antes, era una lo más cercano a una pareja que había tenido nunca.
— Os digo que no importa. Lo único que debe preocuparos es esto. — Dijo el Archivista abriendo por la mitad el enorme libro que tenía en su regazo. — Es la vida de Reeva.
— ¿Cuántos años tiene esa mujer? — Preguntó TR. — Ese volumen es enorme.
— Bueno, hay otros diez.
— ¿Va a durar mucho la tontería? Tenemos cosas que hacer, viejo. — Se quejó Héctor. — Aún me queda cargarme a esos dos idiotas.
— Creo que podemos darle cinco minutos al señor. — Opinó Mario. — Las cosas no van a empeorar por escucharle.
— Gracias, Alpha. Atended: “Era una mañana cualquiera, pero no fue cualquier mañana para Reeva, la Reina del Fuego. Ese día, por fin, se dio cuenta de qué era lo que le ocurría en los últimos meses, qué era lo que hacía que se levantara sin ganas de empezar la jornada y por qué ya no le entusiasmaban los atracos a los bancos: sentía que su trabajo no servía de nada. Podía detener a cinco ladrones, que otros cinco acudirían presurosos a sustituirles. Era inútil. Si quería que la justicia se impusiera en el mundo, tendría que atacar el origen de la maldad, la misma sociedad. Hasta que el conjunto de la humanidad no variara su forma de actuar, nada mejoraría en ese planeta. Y ella era la persona perfecta para introducir esos cambios. Aunque sola, su éxito sería reducido. Necesitaba más poder. Y no tardó en averiguar de dónde lo sacaría pues, una semana más tarde, conoció a los Conjurados. Bien moldeados, serían los acompañantes perfectos para lograr el gran cambio que anhelaba. Estaba ansiosa porque llegara el día en que conquistaría el mundo entero.”
— Bueno, sí, está más loca de lo que nosotros pensábamos. — Admitió Héctor.
— Aún no he terminado. — Respondió el Archivista mientras pasaba las hojas del libro. — Aquí está: “Reeva se sentía feliz. No tendría que esperar mucho para conseguir el ejército que se merecía. Por fin, tras meses de entrenamiento, los Conjurados serían capaces de realizar el ritual que elevaría el nivel de todos aquellos que formaban parte de la junta directiva de la Asociación de Superhéroes. A todos incluyendo a los dos miembros secretos que los hechiceros no conocían y que la Reina del Fuego guardaba en la recámara como su seguro de vida. Reeva sabía que, más pronto que tarde, los hermanos acabarían suponiendo un peligro para ella y tendría que liquidarles. Esperaba que, para entonces, al menos hubieran terminado las tareas que les encomendó. Especialmente, la de liquidar a TR.”
— ¿Perdón? ¿Cómo es eso de que nos va a asesinar? — Preguntó Héctor. — ¿Y cuáles son esos miembros de la junta directiva que no conocemos?
— Me parece que una soy yo. — Confesó Bolea. — Hace tiempo Reeva me ofreció un puesto en la junta y acepté, pero después del lío en la Quebrada nunca volvió a mencionar el tema.
— Al haber dado tu consentimiento es como si pertenecieras. — Explicó Mario. — Nosotros sólo mencionamos a “los miembros de la junta”, por lo que el hechizo funcionó en ti igual que en el Sastre Rojo.
— Por eso pudiste romper nuestro campo de fuerza cuando luchamos. Tu poder había crecido gracias a nuestro conjuro. — Gruñó Omega. — Qué puta la bruja. Si se cree que va a poder…
Héctor no pudo acabar la frase porque, en ese momento, la pared del salón explotó en mil pedazos.
viernes, 20 de diciembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 42
Mario se quedó absolutamente petrificado, salvo por el leve tic que el estrés hizo aparecer en su mejilla derecha. Su cara no tenía nada que envidiar a la que su pareja tenía unos momentos antes. Le estaba resultando difícil de entender cómo las identidades de Sergi y TR podían convivir en una misma persona. Por un lado estaba el divertido, cariñoso e interesante guionista de cómics con el que acababa de empezar una relación. Por el otro, el hipócrita aprendiz de superhéroe que pretendía frustrar sus planes por puro egoísmo y al que su hermano y su mentora (las personas que más le importaban en la vida) odiaban con toda su alma.
— ¿TR? No lo entiendo. — Comentó Mario tras unos segundos de silencio. Le había dado muchas vueltas en su cabeza, pero la única explicación lógica que se le ocurría era que se trataba de un error o una broma pesada.
— Pásate unos cuantos minutos así y sabrás cómo me siento ahora mismo. — Replicó Sergi molesto.
— Seguro que Héctor te ha pedido que digas eso para asustarme. — Dijo Mario riendo nervioso.
— Lo siento, pero es cierto. — Respondió TR un poco triste al contemplar los desesperados intentos de negar la realidad de aquel que había deseado que llegara a ser su novio. — Soy TR y ella es Bolea.
— Entonces, has estado utilizándome para conseguir tus objetivos ¿verdad? — Concluyó Mario.
— No, no, no. Tú me has utilizado a mí. Yo acabo de enterarme de que eres uno de los Conjurados.
— ¿Por qué iba a yo a hacer algo así? — Preguntó Mario confuso. En su cabeza, la tristeza y el desconcierto todavía eran los sentimientos predominantes. Aún le quedaba hasta llegar a estar tan enfadado como su pareja... o expareja... ya no sabía qué eran. — Yo te quiero.
— Ahora mismo, no me fío mucho de ti.
— ¿Tú no me quieres?
— Claro que sí. — Reconoció TR. — Pero me cuesta creer lo que dices.
— ¿Por qué?
— Bueno, está lo de intentar matarnos, lo de asesinar mafiosos y... ¡ah, sí! y porque trabajas para la bruja mala del infierno.
— Reeva no es ninguna bruja mala. — Se quejó el hechicero.
— Pero si cumple más tópicos que la de Blancanieves. — Respondió TR. — Hasta invoca demonios. Lo único que le falta es comer niños. Y tampoco pondría la mano en el fuego.
— No la comprendes. — Dijo Mario. La ira comenzaba a aflorar en su interior. No le estaba gustando que se metieran con la mujer a la que consideraba una segunda madre. — Ella sólo quiere cambiar el mundo, hacerlo más justo y pacífico para que la gente pueda ser feliz.
— Sí, sí. Eso dicen todos los dictadores. — Contestó Sergi cabreado. Cualquier sentimiento de compasión, comprensión o cariño que sintiera por Mario se estaba desvaneciendo rápidamente. Que defendiera a Reeva, era demasiado.
— Oye, tú, la de los cuadros en las tetas. — Intervino Héctor, la otra mitad de los Conjurados. Llevaba un rato contemplando la discusión y parecía aburrirse. — ¿Qué te parece si empezamos nosotros con las hostias? Por hacer algo mientras mi hermano y su novia terminan de discutir.
— Qué poco respeto. — Le respondió Bolea. — Si tantas ganas tenés de que te patee el culo, esperate tu turno.
— Bueno, tampoco es necesario que nos peguemos ahora mismo. — Replicó el otro. — Podríamos intentar expandir tus gustos hacia nuevos horizontes. No sé por qué, pero me pone eso de que te vistas con cuadros. Es la versión culta de la típica porno-chacha.
— Prefiero luchar. — Contestó Bolea.
La mujer cogió su maza con fuerza dispuesta a cargar contra su oponente. Héctor comenzó a levitar y sus manos emitieron un brillo rojizo. R y Mario, por su parte, se gritaban a pleno pulmón. Sin embargo, una voz profunda les interrumpió antes de que ninguno llegara a las manos. Venía de un hombre de edad indeterminada y pelo blanco que estaba sentado en el sofá quemado. Sobre su regazo descansaba un enorme volumen verde de un palmo de grosor.
— Vaya, se ve que llego en el momento justo. — Dijo con una sonrisa. — Creo que tengo la respuesta a vuestras preguntas. Pero perdonad, no me he presentado. Me llaman el Archivista.
viernes, 13 de diciembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 41
— No lo entiendo. — Balbuceó TR. Estaba lívido como la leche. — En serio, explícamelo ¿Qué significa?
— Tranquilizate. — Le consoló Bolea con voz dulce. — Seguro que no es más que un truco del Archivista.
— Sí, claro. Es un truco... ¿pero por qué? ¿qué gana él con todo esto?
— Quién sabe. Recién nos enteramos de que existe.
— Pero no tiene sentido. Estoy seguro de que quería que me llevara el libro. Sabía que si me lo enseñaba, sería incapaz de resistirme. Además, nunca podría haberlo sacado de allí sin su consentimiento. Los volúmenes voladores me habrían destrozado ¿Lo hizo sólo por hacerme sufrir? — Preguntó TR con serios esfuerzos por no echarse a llorar.
— Quizás es un súper psicópata que necesita hacer este tipo de trucos para entretenerse. — Apuntó Bolea.
— ¿Y si es cierto? ¿qué pasa si Mario es uno de los Conjurados?
— Seguramente, él tampoco sabía que tú eras TR.
— O, a lo mejor, me ha estado utilizando. — Dijo Sergi con seriedad. La ira comenzaba a imponerse como la sensación dominante en su cuerpo, por encima de la tristeza.
— No lo creo. — Opinó su amiga. — De ser así, habrían ido a tu casa después de lo que ocurrió en la Quebrada.
— Es cierto. — Reflexionó TR. En su interior, el enfado remitió ligeramente, dejando vía libre a la pena y la autocompasión. — Espero que fuera sincero.
— Seguro que sí.
— Es una lástima. De habernos conocido en otras circunstancias seríamos la pareja perfecta. Al menos, él no tendría problemas con mi faceta de superhéroe. No como Javier…
— Dejá de torturarte. Aún no sabemos si es cierto que sea uno de los Conjurados.
— Acabo de caer en quién puede ser Omega — Dijo el chico. — Tuvimos un pequeño encontronazo en el gimnasio el día que conocí a Mario.
— Eso no quiere decir nada. — Apuntó Bolea.
— Y el día del atraco al banco, él tuvo que irse por una emergencia en el hospital. Todo encaja. — Concluyó Sergi.
— Mirá, si el Archivista quiere hacerte sufrir, habrá tratado de hacer realista su historia.
— ¿Tú crees que esa es la explicación? — Preguntó TR esperanzado. Sus niveles de pena, ira y autocompasión disminuyeron ante la esperanza de que la teoría de Bolea fuera cierta. Sin embargo, no tardaron en volver a ascender en tromba en cuanto la realidad decidió solventar el debate con un fogonazo de cegadora luz roja. Los Conjurados, acababan de llegar.
— ¿Sergi? — Preguntó el más alto de los dos hechiceros apartándose la capucha. La cara de Mario surgió de entre la tela. — ¿Qué... qué estás haciendo aquí? ¿Por qué... estás desnudo?
— Podría preguntarte qué haces tú aquí así vestido. — Le respondió TR desafiante. Su enfado acababa de sobrepasar por mucho al resto de emociones que circulaban por su cabeza.
— Lo del desnudo no tiene nada que ver con el sexo, que conste. — Añadió Bolea. — Lo digo para que no surjan malentendidos. A mí me van las chicas.
— Melanie, no creo que eso interese a nuestros invitados. — Apuntó Sergi mientras recogía su palo de metal y lo estiraba con un gesto.
— Me interesa a mí. — Respondió la argentina. — Tengo una reputación que mantener.
— Sí, pero qué haces aquí. — Insistió Mario.
— Es sencillo, yo soy TR.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Nuevo descargable, esta vez de TR
Para aquellos que no les guste seguir una historia capítulo a capítulo, ya está disponible un nuevo libro electrónico listo que recopila las primeras 40 entradas publicadas de las aventuras de TR, el superhéroe gay, en "El ascenso de los Conjurados".
Por supuesto, es totalmente gratuito y puede conseguirse en la misma página de Historias con Hache en pdf, movi y e-pub, los formatos que utilizan los principales reproductores, tabletas, e-books, ordenadores y demás cachibaches electrónicos.
viernes, 6 de diciembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 40
Tardaron varios minutos en conseguir detener la loca carrera del Sastre Rojo por el apartamento y en apagar con el extintor las llamas que consumían sus ropas (y las que se habían extendido por el sofá y una alfombra). Después de dejaron inconsciente para evitar que sus gritos atrajeran compañías indeseables, le curaron las quemaduras (después de todo eran héroes) y le ataron con una pesada cadena de hierro forjado (un suvenir que Bolea se había traído de un viaje por Europa) para evitar que se escapase, pues no tenían muy claro si sería capaz de controlar una cuerda con sus poderes.
Una vez finalizadas sus tareas superheroicas, pudieron centrarse en prioridades más mundanas como ponerse algo de ropa. A TR no le importaba estar desnudo, pero admitía que cargar armas afiladas no era una tarea que le apeteciera hacer en pelotas. Sin embargo, TR no llegó a tener tiempo de ponerse a rebuscar en el armario de su amiga pues, en ese momento, una enorme masa de pelos atravesó una de las ventanas del salón. Se trataba de Chita, la mujer capaz de transformarse en mono. Y no estaba especialmente contenta a juzgar por cómo aplastaba el sofá. Pero antes de que pudiera causar un desastre decorativo en todo el apartamento, la maza de Bolea cruzó volando la sala y le impactó en la cabeza. El sonido que provocó el impacto, le recordó a TR el de un melón maduro, aunque lo que más le sorprendió fue que la cabeza de Chita continuase en su lugar. Cualquier humano normal y corriente, habría muerto decapitado al instante. La gigantesca simia tuvo suerte y sólo cayó inconsciente sobre la mesa de café, que se hundió bajo su peso antes de que la mujer recuperase su forma humana.
En vista que, de sus dos prisioneros, la mujer era la única que poseía una fuerza sobrehumana, tuvieron que inmovilizarla con las cadenas que ataban al Sastre Rojo. Al hombre le encerraron desnudo en el cuarto de baño, aunque antes retiraron las toallas y la cortina de la ducha. Así no tendría nada que controlar y no sería nada más que un humano normal, aunque tampoco creían que fuera a darles muchos problemas con las quemaduras que tenía si llegaba a despertarse.
— ¡Ya estoy harta! — Gritó Bolea. Su acento argentino había desaparecido, lo que no solían ser un indicador de felicidad y calma. — No me importa que intenten matarme, pero no estoy dispuesta a que me destrocen el mobiliario.
— ¿Te has fijado que todos tienen los poderes muy... aumentados? — Preguntó TR.
— No. — Respondió Bolea con sequedad mientras trataba de arreglar la mesa de café. Nuevamente, su mutua desnudez había quedado en un segundo plano. — ¿A qué te referís?
— No sé. — Dijo TR sonriente al percatarse del regreso de la "argentinidad" de su amiga.
— Pero todos los de la Asociación de Superhéroes que nos hemos encontrado podían hacer cosas de las que antes no eran capaces.
— Habrán practicado.
— Es posible, aunque me resulta raro que pase con todos. Gamer puede sacar objetos que no sean armas de los videojuegos, el Sastre Rojo es capaz de controlar los tejidos, Chita es el doble de grande... ¿notaste algo extraño cuando luchaste con Superbyte?
— Ahora que lo decís... me pareció que tenía más chismes. — Apuntó Bolea.
— Es muy curioso.
— Sí, pero vamos a apresurarnos antes de que lleguen los que faltan. — Dijo la chica. — Cogeré las armas y, mientras, vos buscate en el closet algo que podás ponerte.
Una vez más, TR tomó el camino del armario de su amiga y, nuevamente, no consiguió llegar. En esta ocasión, le distrajo el pitido (con su resplandor a juego) que indicaba que una nueva frase acababa de escribirse en el libro del Archivista. Se lanzó sobre él con ansia y empezó a leerlo sin esperar a que Bolea se reuniera con él. Lo que ponía le dejó helado:
"Lo que ninguno de los tres sabía era que se conocían en su vida civil. Omega, en realidad, se llamaba Héctor y había tenido una sonora pelea con Sergi en el gimnasio. Su hermano Alpha conocía bastante mejor a TR. Después de todo llevaban tiempo acostándose. Su nombre era Mario.”
viernes, 29 de noviembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 39
— Ahora que estamos desnudos, no puedes hacernos nada. — Dijo TR desafiante.
— Todavía llevas los calcetines. — Le respondió el Sastre Rojo con sorna.
TR se agachó a toda velocidad y se quitó los zapatos y los calcetines. Ni siquiera habían empezado a apretarle, por lo que su enemigo debía estar tomándole el pelo, pero prefería no arriesgarse. No sabía hasta dónde alcanzarían los poderes del Sastre Rojo. Nunca antes los había tenido. Cuando le conoció, no era más que un friki que usaba las prendas de ropa como arma. Era bastante más habilidoso de lo que cualquiera hubiera imaginado en un principio, pero lo de controlarlas era algo nuevo. Igual que la capacidad de Gamer de extraer vehículos de los juegos. Todos los de la Asociación de Superhéroes estaban extrañamente poderosos.
Mientras su compañero se dedicaba a deshacerse de los últimos vestigios de su vestimenta, Bolea se hizo con algo para cubrirse. Las miradas lascivas del Sastre Rojo la estaban revolviendo el estómago. Así que, en vista de que no podía usar nada de tela y que no tenía tiempo de ir a su habitación a enfundarse su armadura samurai, tuvo que optar por un par de cuadros. Se colgó uno alargado del cuello y otro más pequeño, el retrato de un familiar desconocido, de la cintura. Tapaban lo justo e iban a incordiarle en la lucha que vendría, pero al menos su enemigo no le estaría mirando las tetas.
TR recogió su palo de metal extensible del suelo y se puso en guardia. A diferencia de su amiga, él se encontraba cómodo sin ropa. Su etapa de actor porno le había dejado su vergüenza en ese sentido. Y tampoco le importaba luchar en pelotas. Varias películas con escenas de lucha grecorromana habían conseguido que se acostumbrara a ello.
— Ahora sí que estoy completamente desnudo. Ya no puedes hacerme nada. — Proclamó, un vez más.
El Sastre Rojo rio. Los restos del disfraz de Drácula que se encontraban por el suelo se lanzaron contra su cara, tratando de asfixiarle. Entretanto, Bolea aprovechó para atacar (a pesar de sus problemas de movilidad por culpa de los cuadros) lanzando su maza. No llegó a golpear su objetivo.
La ropa que llevaba el Sastre Rojo, que tomaron por un mono negro, en realidad estaba formado por varias vendas, al estilo de una momia egipcia. Como si una naranja se pelara sola, las tiras fueron desenredándose del cuerpo de su dueño, dejando al descubierto el habitual y encarnado uniforme del Sastre. Una vez liberadas, las vendas negruzcas se dispusieron en círculo alrededor del hombre, balanceándose al estilo de las serpientes encantadas.
El proceso al completo sucedió a una velocidad pasmosa, en décimas de segundo, por lo que Bolea no pudo apreciarlo. Lo que sí vio fue cómo las tiras de tela se elevaban sobre ellas mismas y detenían su maza en seco.
— Ya ves, que hasta tu poderosa maza es inservible contra mí, bellísima Bolea. — Dijo el Sastre Rojo regodeándose.
La maza de Bolea incrementó su presión contra las vendas, pero estas siguieron resistiendo. Entre tanto, en un rincón, TR pudo respirar por primera vez en lo que a él le pareció una eternidad. Los restos del disfraz de Drácula habían dejado de tratar de matarle, lo que parecía indicar que el Sastre Rojo estaba utilizando toda su concentración en luchar contra Bolea. Lo mejor era que no daba muestras de haberse dado cuenta.
Así que TR, aprovechando el factor sorpresa, se arrastró sigilosamente hasta el mueble bar de su amiga y se hizo con una botella de tequila. En el aparador de la entrada, encontró las cerillas para encender velas aromáticas.
— ¡Sorpresa! — Gritó mientras rociaba las vendas con el alcohol y le lanzaba una cerilla. Una de las tiras consiguió apresarle el cuello, pero desistió en cuanto su amo comenzó a dar alaridos por el salón.
— Te pasaste un poco. — Le recriminó Bolea a su amigo. — Traé el extintor que hay en la cocina antes de que me queme la casa.
— Qué desagradecida eres. — Se quejó TR.
viernes, 15 de noviembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 38
Para cuando dejaron de devanarse los sesos con la identidad de los Conjurados y salieron del coche, Bolea ya había conseguido localizar a alguien vigilando desde una de las azoteas cercanas. Era delgado, alto y vestía de negro. Eso era todo lo que consiguió sacar del primer vistazo. No eran características muy concretas y podían describir tanto a un ninja como a un mendigo, pero no se atrevió a seguir mirándole por miedo a atrae su atención. Tampoco TR consiguió distinguir más detalles de su persona.
Ya habían supuesto que habría vigilancia, así que no les pilló por sorpresa. Saber dónde estaba les daba cierta ventaja sobre él, aunque hubieran preferido conocer su identidad. Si algo se torcía, podría resultar muy conveniente saber si se tendrían que enfrentar a un ciborg con pistolas láser, a una mujer-mono o al señor que usa zanahorias como armas. Pero tendrían que confiar en que todo saldría bien. Entrarían en la casa de Bolea, cogerían las armas necesarias y, en menos de diez minutos, se encontrarían de camino a otro de sus pisos francos para trazar la estrategia que seguirían a partir de ese momento.
— ¿Cuándo nos ha salido bien un plan fácil y sencillo? — Preguntó TR preocupado a su compañera.
— Tranquilizate e intentá parecer divertido. — Le recomendó Bolea.
En principio, no tenían ningún motivo para inquietarse. Para empezar, estaban vivos lo que siempre es una buenísima señal. Y los disfraces que llevaban (de Drácula en talla niño y de enfermera en talla guarrilla) ayudaban a que se mezclaran con las decenas de personas que anegaban la calle tratando de entrar en el evento que TR había organizado en el bar cercano. Así, camuflados entre decenas de asistentas con barba, gatas negras, princesitas y cowboys, consiguieron llegar a la entrada secreta y, de allí, al piso de Bolea.
La casa estaba vacía, oscura e inmóvil. No había luces de linterna, muebles volcados o extraños crujidos. Era una vivienda normal y corriente que llevaba un día cerrada. Tan tranquila y apacible que parecía invitarles a que se sentaran en el mullido sofá y se vieran una película degustando una de las estupendas cervezas de importación que se guardaban en su nevera. Estuvieron tentados a hacerlo, sobre todo Bolea. La mujer tuvo que reunir toda la fuerza de voluntad de su mente para controlarse y quedarse quieta. Quería ir al armario a por ropa limpia y tomarse un café en condiciones y coger su cepillo de dientes eléctrico y darse un masaje en su sillón ergonómico y hacer ejercicio en su gimnasio y… volver a su vida. No llevaba ni un día apartada de ella y ya la echaba de menos. Pero, a pesar de estar físicamente en ella, no podría hacer ninguna de esas cosas hasta que esa crisis pasara. El vigilante que encontró en el exterior era un recordatorio de la gravedad de la situación. Debían coger las armas y marcharse a un lugar seguro a toda velocidad.
El ambiente casero de aquel piso en el que tanto tiempo había pasado también influyó en TR, al que invadió una profunda nostalgia por su propia vivienda. Ni siquiera sabía si seguiría en pie. Se había obsesionado tanto con el libro del Archivista, que ni siquiera se lo había planteado. Una vez más, los temas mundanos quedaban eclipsados por los problemas superheroicos. Y no sólo su piso. Tampoco su trabajo o Mario habían acudido a su mente en las últimas 24 horas.
— Mierda. — Susurró TR recordando que Mario había dicho que se pasaría por su apartamento esa mañana para ver cómo se encontraba. — El pobre estará pensando que paso de él o que me ha ocurrido algo. Aunque es raro que no me haya llamado al móvil. — Añadió echando un rápido vistazo a su teléfono. Estaba apagado. Hasta eso había quedado fuera de su cerebro por su obsesión por el Archivista. — Mierda y re mierda.
La situación empezaba a agobiarle. Eran demasiadas cosas con las que lidiar, demasiados problemas. Y, además, estaba el ajustadísimo disfraz para niños de Drácula. Lo que antes era molesto, comenzaba a ser doloroso. Le apretaba tanto que le estaba ahogando. Mucho. Muchísimo.
— Esto no es normal. — Intentó decir casi sin aire. Le costaba respirar. El cuello del disfraz le oprimía la garganta. Se estaba mareando. Y Bolea parecía tener los mismos síntomas.
TR sacó uno de sus cuchillos y, con dificultad, rasgó las ropas que llevaban. Todas por completo. Desde los cutres disfraces a la ropa interior.
— Qué lástima que Gamer no esté aquí. — Dijo una voz desde la oscuridad de la cocina. — Le hubiera encantado esta imagen. Quizás te saque unas fotos para que tenga algo que pensar por las noches. Aunque tampoco es que yo vaya a despreciar la visión del cuerpo de la bella Bolea.
La figura avanzó hasta que pudieron distinguirle con la luz que entraba por las ventanas. Era alto, delgado y vestía de negro. Seguramente, se trataría del vigilante que Bolea había localizado en la azotea. Ya sabían de quién se trataba. Era Sastre Rojo, el superhéroe que usaba la ropa como arma.
viernes, 8 de noviembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 37
No era la primera vez en sus trayectorias como superhéroes que TR y Bolea se sentían odiados o, incluso, en el punto de mira de las autoridades. Ya habían pasado por algunas situaciones similares con anterioridad, como cuando quisieron limpiar la Quebrada de drogas y malhechores o la vez que el alcalde se empeñó en convertir a TR en el enemigo número uno de la ciudad, después de su salida del armario (la de TR, no la del alcalde que seguía declarándose, orgullosamente, heterosexual hasta la médula). Casi podrían decir que les parecía algo… usual. Aunque lo que nunca antes les había sucedido era que les amenazaran con enviar al ejército tras ellos. Normalmente, consideraban que la policía y el resto de héroes se bastaban y se sobraban para detenerlos.
Sin embargo, a pesar de esta preocupante novedad (o, precisamente, por ella) tenían muy claro qué era lo fundamental para sobrevivir a una situación de ese calibre: Necesitaban armas. Montones de ellas. Y no había lugar más repleto de cachivaches bélicos que la casa de Bolea. Que alguien que usa como arma, exclusivamente, una bola de demolición acumule cantidades ingentes de armamento en su piso, puede parecer contradictorio, pero lo cierto era que se debía a razones de seguridad. Existen pocos lugares mejores en los que esconder un arsenal que en el apartamento de una mujer que utiliza una bola de demolición como arma.
El principal problema que debían solucionar era cómo entrar en el piso. Confiaban en que Reeva y sus secuaces no hubieran desvelado sus identidades secretas a la policía. Primero, porque si querían recuperar el libro del Archivista, necesitaban contar con una ventaja para atraparles antes que las fuerzas del orden. Y, en segundo lugar, porque eso iría en contra de una de las más antiguas leyes de los superhéroes. Reeva, sin lugar a dudas, podía ser descrita como “loca genocida peligrosa con brotes psicopáticos y complejo de dios”, pero también era una fanática de las normas, las tradiciones y el protocolo. Jamás osaría algo tan deshonroso y ruin. Así que no era complicado imaginar que la casa de Bolea estaría vigilada, únicamente, por gente de la Asociación de Superhéroes. Seguramente, por alguno de los miembros de la junta directiva. Con Gamer descartado por sus heridas y Reeva por su enorme ego (nunca se prestaría a una vulgar misión de vigilancia), aún quedaban otros cuatro posibles enemigos: Superbyte (si se había recuperado de la paliza que le dio Bolea), Chita, Ultra-acelga y el Sastre Rojo. Se trataba de gente ridícula, pero también bastante peligrosa. Su mejor opción era darles esquinazo y entrar en la casa de Bolea por la entrada secreta del edificio adyacente.
Cuando TR le propuso hacer un pasadizo secreto de seguridad, a Bolea no le gustó nada la idea. Le resultaba absurdo que alguien fuera a impedirle a una chica con una enorme bola de demolición entrar en su casa. Incluso después de que su amigo la construyera a hurtadillas, siguió pareciéndole absurdo. Sin embargo, mientras se dirigían en coche hacia su apartamento, estaba encantada de estrenarla. Pero antes debían llegar a ella y, para conseguirlo, habían parado en, una tienda que les pillaba de camino, a comprar un par de disfraces con los que pasar desapercibidos. Bolea iba de enfermera guarrilla y TR llevaba un traje de Drácula un par de tallas más pequeño de lo que hubiera necesitado. Eran cutres, pero daba igual. Lo importante era tener un aspecto diferente al que esperaban (TR, Bolea, Sergi o Melanie). Además, TR había usado sus conocimientos “copiados” de informática y publicidad para organizar un “mega-evento temático súper-exclusivo con barra libre gratuita y sorteo de viajes entre los asistentes que vayan disfrazados” en el bar que había junto a la casa de Bolea. Como esperaba, la combinación de “megaevento”, “súper-exclusivo”, “gratuito”, “barra libre” y “sorteos de viajes” provocó que todo aquel que tuviera un disfraz a mano se pasara por el loca y, para cuando llegaron al barrio, la cola daba la vuelta a la manzana. Pero antes de que se bajaran, el libro del Archivista emitió un pitido y un ligero resplandor.
— Anda, es como un microondas. — Se rio TR.
— Mirá a ver que dice. — Le dijo Bolea mientras oteaba las azoteas de los edificios. Aún no había encontrado ningún vigilante, pero estaba segura de que alguno habría.
— “Lo que ninguno de los tres sabía era que se conocían en su vida civil. Omega, en realidad, se llamaba Héctor y había tenido una sonora pelea con Sergi en el gimnasio”. — Leyó TR.
— ¿Ya sabés quiénes son?
— Pues la verdad es que no tengo ni idea. — Respondió el chico confuso.
viernes, 25 de octubre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 36
La noche fue larga, pero no sacaron nada en claro. Por mucho que Sergi se esforzara en tratar de recordar, ninguno de sus conocidos parecía reunir las características que buscaban. Claro que no es que supiera demasiado de muchos de ellos, especialmente de sus antiguos rollo. La familia o el lugar de nacimiento no eran una de esas conversaciones que se solieran usar para ligar con la gente. Que la descripción de la relación que mantenían fuera tan vaga, tampoco ayudaba a acotar la búsqueda. "Lo que ninguno de los tres sabía era que se conocían en su vida civil” decía el libro y eso podría aplicarse a cualquiera con el que hubiera visto más de dos veces en su vida o hubiera mantenido una conversación. Desde el frutero del mercado a los compañeros de trabajo de sus múltiples y variados empleos. Resultaba imposible llegar a una conclusión con tan pocos datos. Lo único que podrían hacer era esperar a que el texto continuara escribiéndose y, dado que la paciencia de Sergi se había reducido sustancialmente desde que entraran a su apartamento, el chico pasó gran parte del día siguiente abriendo y cerrando el libro del Archivista. Cada hora que pasaba se desesperaba más, pero las letras que aclararían el misterio se resistían a aparecer en la hoja de papel.
— El Archivista debe estar divirtiéndose de lo lindo con todo esto. — Se quejó Sergi tras comprobar por enésima vez que nada había cambiado en la página. — "TR pasaba las horas mirando como un tonto las inmutables letras del volumen mágico" estará escribiendo en el libro que me tenga dedicado. La próxima vez que me lo encuentre pienso prenderle fuego a su apestosa biblioteca.
— Relajate. No llevamos ni un día escondidos y ya empezás a desquiciarme. — Le reprochó Melanie desde el sofá. — Además, quiero ver el noticiero.
— Pero es que el muy mamón está jugando con nosotros. Si quería que detuviese a los Conjurados, me podría haber dicho su identidad sin más. No hacía falta delatarme a Reeva y darme la información con cuentagotas. Eso es sadismo.
— Precisamente. No le des el gusto de conseguir lo que quiere.
— Es difícil mantener la calma en una situación como esta.
— Y peor que va a ser. Mirá.
Sergi volvió la cabeza hacia el televisor. En el centro, tras un pomposo estrado, el alcalde se disponía a dar una rueda de prensa. Pero no hacía falta esperar a escucharle para saber qué era lo que iba a decir. Las letras sobreimpresionadas que pasaban sin cesar por el margen inferior de la pantalla ya resumían bastante bien la idea: "La policía había identificado a los héroes TR y Bolea como los causantes de las explosiones que destruyeron varias propiedades en la ciudad", "Gamer, miembro de la Asociación de Superhéroes, grave tras tratar de detenerlos", "Más de una decena de heridos", "La heroína Reeva, Reina del Fuego, decía conocer su ubicación", "El gobierno se plantea el envío de fuerzas militares".
— Estamos jodidos.
— Suerte que viajamos ligeros de equipaje.
miércoles, 23 de octubre de 2013
Formato e-pub y mobi de "Diario de un treintañero... y gay... y ciego"
Viajes que se alargan más de lo esperado e imprevistos varios a la vuelta, han sido los responsables de que esta semana las historias vayan con un poco de retraso, pero supongo que para el jueves se recupere el ritmo normal en la página y en los blogs.
Los que ya están listos son los dos nuevos formatos digitales mobi y e-pub del primer ebook de Diario de un treintañero... y gay... y ciego. Se puede descargar desde la misma web de Historias con Hache.
viernes, 18 de octubre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 35
La moto había conocido días mejores, pero consiguió aguantar lo suficiente para llevarles a uno de los pisos francos (un chalet, en realidad) que tenían fuera de la ciudad. Tal y como estaban las cosas con Reeva y su Asociación de Superhéroes, les pareció más seguro salir de las peligrosas calles de la capital y refugiarse en un pequeño y perdido pueblecito de las montañas. Tenían claro que si la bruja había sido capaz de averiguar la identidad secreta de TR (y, posiblemente, la de Bolea), podrían acabar encontrándoles. Pero, al menos, confiaban en que le sería más complicado y les darían algunos días de descanso. Necesitaban recuperarse de sus heridas y reflexionar sobre cuál sería su siguiente paso.
Cambiados, duchados y con una copa de vino en la mano para relajar los nervios, Sergi le narró a su amiga sus peripecias del día en el edificio de la Asociación de Superhéroes y el encuentro que había tenido con el Archivista, algo que dejó de piedra (metafóricamente hablando, claro) a la argentina.
— Lo más extraño de todo — dijo Sergi — es que estuvieran buscando el libro rojo sobre la vida de los Conjurados. Seguro que fue el propio Archivista el que les avisó de que se lo había robado, aunque empiezo a pensar que dejó que me lo llevara. En cualquier caso, debió advertirles que no decía nada de interés. Sin nombres o pistas que les identifiquen. La única frase que podía llegar a ser comprometida es la última, pero no la terminó.
— Dejame ver. — Le pidió Melanie (es decir, Bolea) cogiendo el manuscrito. Lo abrió y empezó a pasar páginas hasta llegar a la última escrita. — No es gran cosa, pero a mí me parece bastante reveladora.
— ¿Qué? — Preguntó Sergi desconcertado.
— “Los hermanos discutían sobre cuál sería la mejor forma de deshacerse de su recién creado antagonista. — Leyó Melanie. — El frío Omega era partidario de eliminar a TR de forma permanente, mientras que el paciente Alpha era más partidario de ganarle para su causa. Lo que ninguno de los tres sabía era que se conocían en su vida civil.”
— Eso no estaba así esta tarde. — Dijo Sergi. — Se quedaba en “lo que ninguno de los tres sabía“. No terminaba.
— Pues, de alguna forma, ahora la frase está acabada. Puede que se escriba él solo. — Sugirió la mujer.
— Eso explicaría por qué trataron de quitármelo y cómo logra el Archivista tener registradas las vidas de tanta gente.
— Y sabemos que conocés a los Conjurados en persona ¿Contás entre tus amistades con unos hermanos que practiquen la magia negra?
— No que yo sepa. — Respondió Sergi confuso.
— Ya se nos ocurrirá alguien. Hagamos una lista de tus conocidos. Incluye a todos con los que te hayás acostado.
— Traeré más vino y haré unas pizzas. Esto nos va a llevar la noche entera.
lunes, 14 de octubre de 2013
El Callejón del Gato Pardo
María, la comentarista más activa del blog y fan número uno de las aventuras de Santi, tuvo el detalle de recomendar Historias con Hache en "El callejón del gato pardo", otra de las páginas en las que participa.
Y ahora, en su nombre y en el mío, inauguramos esta sección de recomendaciones invitándoos a visitar este gatuno blog lleno a rebosar de multitud de historias on-line, tanto homoeróticas como eróticas, de varios autores que tocan todas las tématicas y géneros posibles. Para muestra, ahí van algunas de las portadas:
Por mi parte, en mis escasos momentos libres, he comenzado Agencia de Detectives S.L. No puedo resistirme a una buena historia de misterio, suspense e intriga y tengo que decir que el primer capítulo no me ha decepcionado.
Pero no sólo de las historias on-line se nutre el blog. También cuenta con traducciones propias, relatos de otros autores y enlaces a descargas de los libros de los escritores del blog:
Y, además, libros de regalo para los ganadores de sus múltiples concursos y para el mejor comentarista de cada mes.
En definitiva, es un blog en el que podrás pasar un buen rato leyendo y en el que nunca te aburrirás. Y, por si eso fuera poco, está lleno de gatos (bueno el de la foto no, que es mío) ¿Quién puede pedir más?
viernes, 11 de octubre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 34
TR tenía mucha experiencia profesional como especialista de cine (además de haberse “copiado” unos cuantos cursos de relajación en situaciones extremas) y sabía controlar su miedo. Incluso, cayendo a toda velocidad desde un edificio de seis pisos de altura pudo reunir la suficiente sangre fría para sacar la cuerda de escalada que llevaba en el cinturón, hacerse un improvisado arnés y conseguir enganchar el gancho de su extremo a la barandilla de una terraza. Gracias a ello, se salvó de acabar hecho papilla contra el suelo. Aunque cuando la cuerda se tensó, espachurrando su entrepierna y sacudiendo sus maltrechas costillas, hubo un instante en el que hubiera preferido estar muerto.
— Está claro por qué no existe un imitador de Batman en la realidad. — Pensó mientras trataba de desatarse. Al tercer intento se le acabó la paciencia y sacó el puñal para cortar la cuerda. — Voy a necesitar que Mario me dé muchos masajes para que esto deje de doler.
Bolea, que ya había recuperado su maza, le esperaba con la moto en marcha. A su lado, inconsciente, yacía Superbyte. TR recogió el librito del Archivista de donde lo había escondido y se sentó tras ella. El motor rugió y se alejaron calle abajo.
— ¿Le he dado? — Preguntó la mujer.
— Ni idea. — Reconoció TR. — No me quedé a mirar.
— ¿Sos boludo?
— Ese tío puede invocar cualquier tipo de arma que aparezca en un videojuego. Lo menos que me apetecía es que sacara un bazuka en mi casa. — Explicó TR a su amiga. — Cuando esto acabe, me gustaría que siguiera entera. Además, dudo que Gaymer sea tan fácil de derribar.
El ruido de un reactor y una risa de villano de película se encargaron de confirmar la teoría del superhéroe. Por el cielo, Gamer volaba tras ellos en una ala delta motorizada y no tardaría en darles alcance. Se notaba que sus habilidades habían mejorado mucho desde los tiempos en que TR le conoció en la Asociación de Superhéroes. Antes, únicamente podía sacar armas. Estaba claro, a juzgar por el ala delta, que ese límite había quedado superado.
— Le puedo derribar de un mazazo. — Dijo Bolea.
— Será mejor que nos alejemos hacia la Quebrada. — Sugirió TR. — El tío está tan loco que podría ponerse a soltar misiles.
Nuevamente, Gamer quiso darle la razón a su enemigo y las bombas empezaron a llover sobre ellos. La mayoría impactó justo detrás de la moto, pero las que más les preocupaban eran aquellas que se desviaban de su objetivo original. Varios coches y un par de comercios volaron por los aires. Confiaban en que, siendo la hora que era, no hubiese víctimas.
— No podemos dejar que siga haciendo eso. — Dijo TR. — Cárgatelo.
—Cogé los mandos. — Le pidió su amiga.
El chico pasó la cabeza bajo la axila derecha de la argentina y se estiró lo máximo que pudo para hacerse con los mandos, mientras Bolea agarraba su maza y la lanzaba contra su objetivo. TR consiguió mantener el control de la moto el tiempo justo para que su amiga arrojara el arma. Después, se torció, derrapó y acabó estrellándose contra el escaparate de una tintorería. Salieron con contusiones y múltiples cortes, pero al menos consiguieron su objetivo. El ala delta acabó destrozada y Gamer cayó.
viernes, 4 de octubre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 33
— Au. — Se quejó TR. — ¿A ti qué te pasa?
— ¡Me has llamado Gaymer!
— Es tu nombre, pedazo de imbécil. — Le contestó TR enfadado.
— Me llamo Gamer, no Gaymer.
— Se pronuncian igual, so memo. — Respondió TR. — Deberías empezar a aceptar ciertas cosas, porque empiezo a estar hasta los huevos de tu tontería homofóbica.
— No tengo nada que aceptar.
— Fuiste tú el que trató de liarse conmigo. — Dijo TR. Había cosas más importantes de las que ocuparse en ese momento, pero así conseguiría ganar tiempo hasta que se le despejara la vista y supiera qué había pasado con Bolea. Ya empezaba a ver manchitas, así que sólo tendría que distraer a Gamer un rato más.
— ¡Me emborracharte para aprovecharte de mí!
— Tú solito te bebiste todas aquellas cervezas. — Replicó TR. — Y yo no llamaría “apovecharse” a un beso. Que me diste tú, por cierto.
— ¡Mentira!
— Vamos, admitelo. Estamos solos tú y yo. Puedes dejar de hacerte el machito un rato.
— ¡Callate! — Gritó Gamer.
Un pie se estrelló contra el estómago de TR, dejándole sin respiración. Bueno, le habría dejado sin respiración si hubiera hecho menos abdominales en su vida, pero decidió hacer un poco de teatro para evitar golpes en otras partes más débiles y distraer un poco más a su rival. Ya podía distinguir siluetas.
— ¿Dónde tienes el libro que te dio el Archivista? — Preguntó Gamer cabreado. — Sabemos que te lo llevaste de su biblioteca.
— Lo tiré a una papelera después de leerlo.
Otra patada impactó en su estómago y TR volvió a interpretar su papel de rehén indefenso. Sus trabajados músculos resistieron, pero no podía negar que le había dolido.
— Vale, te lo diré. — Admitió TR. — Lo dejé en un contenedor de papel. Es importante reciclar.
De nuevo su captor le pateó la tripa. Cada vez le hacía más daño, pero también era cierto que cada vez veía mejor.
— Es la verdad. Me había tenido que pegar con tu jefa y el Archivista para conseguirlo, pero en el libro no ponía nada interesante. Así que lo tiré.
— Eres un mentiroso patológico. — Dijo Gamer. — Cuando te mate, dejarás de contar chismes sobre los demás.
— Qué poco confias en la gente. Por cierto, antes de que acabes con mi vida me gustaría saber qué has hecho con Bolea.
— Superbyte se está encargando de ella en la calle.
Un fuerte estruendo, como el de un trueno, sacudió el edificio y TR pudo contemplar, tirado en el suelo y con su vista casi recuperada, cómo la enorme maza de su amiga atravesaba otro de los ventanales de su salón y se dirigía a toda velocidad hacia Gamer. No esperó a comprobar qué ocurría después. Prefirió salir corriendo y lanzarse por una de sus ventanas sin cristales.
viernes, 27 de septiembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 32
Bolea apareció un cuarto de hora más tarde, tiempo que Sergi aprovechó para escalar a la azotea más cercana y echar un vistazo a su apartamento. Visto desde esa perspectiva, no le quedó ninguna duda de que tenía visita. Debían ser un par de intrusos y parecían estar buscando algo, pues la luz de las linternas se movía mucho de un lado a otro.
La espera también le sirvió a Sergi para poner en práctica una técnica que le “copió” a un yogi (en referencia a un señor que practica yoga, no a un oso que roba cestas) que conoció en la India para regresar a la sobriedad más absoluta y poder centrar toda su atención en repartir sopapos a diestro y siniestro. Era un truco genial para esos casos. Desgraciadamente, no servía para momentos más íntimos, porque uno de sus efectos secundarios era dejar el aparato reproductor completamente inoperante durante una hora (momento en el que también regresaba la ebriedad y con bastante más fuerza que al principio).
— ¿Qué pasó? — Preguntó Bolea cuando finalmente llegó. — Me fastidiaste una cita con una mina re linda.
— Lo siento, yo también tenía planes, pero hay visitantes en mi casa y dudo que se trate de una fiesta sorpresa de mis amigos, porque les habría saltado la alarma al abrir la puerta.
— Así que son profesionales ¿Qué querrán estos choros?
— Lo único que se me ocurre que pueda interesar a alguien es el libro del Archivista… Luego te lo cuento. — Añadió antes de que amiga pudiera preguntar. — Eso o están esperando para darme una paliza.
— O ambas. — Dijo Bolea divertida.
— De todas formas, dejaré el libro entre los arbustos. Por si acaso no tenemos suerte y nos capturan. Y, ahora, vamos a conocer a los que han allanado mi morada.
Eligieron la entrada que usaba en sus salidas nocturnas vestido de TR como el medio más seguro de colarse en la casa sin que los intrusos se dieran cuenta, aunque era posible que ya supieran de su existencia. Que hubieran conseguido desconectar las alarmas, decía mucho del nivel que tenía esa gente y era uno que raramente se alcanzaba por gente que no perteneciera a la Asociación de Superhéroes. Sergi siempre se había esforzado por mantener en el más absoluto secreto su identidad secreta (valga la redundancia). Sus poderes le facilitaban no dejar huellas dactilares o restos de ADN (salvo que él quisiera) pero, además, había tratado de ser extremadamente cuidadoso a la hora de revelar cuáles eran sus aficiones nocturnas. Las únicas personas a las que se lo había dicho eran Bolea y su exnovio. Claro que eso no era ninguna garantía. Los Conjurados podían levitar, crear bolas de fuego y hacer campos de fuerza. Adivinar quién se escondía bajo la máscara de TR con una ouija, debería ser para ellos o para su jefa, un auténtico juego de niños.
TR y Bolea llegaron a lo alto del edificio y se colaron por la entrada camuflada que daba a un largo pasadizo que desembocaba en el salón del apartamento de Sergi. La casa se encontraba en la más completa oscuridad. Eso era algo que esperaban, pero seguía intranquilizándole. La incertidumbre por saber quién se había colado en su piso, le estaba matando. Por suerte, no tuvo que esperar mucho más, aunque el encuentro con los intrusos no se dio como él imaginaba. TR esperaba cogerles por sorpresa y darles una paliza, hasta que se decidieran a confesar. Que tiraran bombas cegadoras de magnesio, desde luego, no lo había previsto o no se habría puesto sus gafas de visión nocturna. La combinación dolía un poco y le dejaría cegado durante un tiempo. El oído, sin embargo, lo tenía perfectamente, por lo que no tuvo problema en escuchar los gritos, el ventanal de su salón estallando en mil pedazos y la voz de su agresor.
— Hola TR, cuánto tiempo. — Dijo.
— ¿Gamer?
Y, entonces, alguien le dio un porrazo.
viernes, 20 de septiembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 31
La cena con Mario había ido muy bien, la música de la discoteca había estado muy bien y los magreos varios que se habían sucedido durante la noche, le habían dejado cachondo y muy bien. Lo único que le faltaba para calificar la noche con un “muy bien” era que su cita aceptase subir a su piso y dedicaran las horas que quedaran hasta el amanecer a practicar sexo desenfrenado. No sabía si en la cama le iría muy bien, porque se había tomado algunas copas, pero le era indiferente. Le bastaba con que Mario se quedara a dormir con él. Sería su primera cita completa en mucho tiempo y su primera noche sin TR.
— Mira lo que he encontrado bajo un arbusto. — Dijo Mario mostrándole el librito rojo del Archivista. Parecía que deshacerse de su alter-ego superheroico iba a ser más difícil de lo que creía.
— Sí, es mío. — Respondió Sergi quitándoselo de las manos. No es que contara nada importante, pero tampoco quería que la gente común fuera leyéndolo. Eso podía acarrear preguntas. Además, tendría que devolvérselo a su dueño para evitar que mandara libros asesinos voladores a su casa. — Se me… ha caído por la ventana.
— Pues está bastante bien para la leche que se ha dado. — Opinó Mario mirando a lo alto del edificio. — Tu casa es el último ¿verdad?
— Sí. Es esa con los marcos de las ventanas azules que… — Sergi se detuvo a mitad de frase. Le había parecido ver un resplandor que salía desde el interior de su apartamento. Aunque también podía ser un reflejo — … que son tan grandes… — Terminó titubearte. Lo había vuelto a ver y, esta vez, estaba casi seguro de que provenía de su salón.
Tenía que evitar poner a Mario en peligro y, por mucho que le doliera, eso implicaba cancelar su noche de pasión y mandarle a su casa. Y no había mejor forma para lograrlo que fingir una pequeña lesión sin importancia. Lo sabía muy bien. No era la primera cita que tenía que cancelar por culpa de unos ladrones.
— ¡Ah! — Gritó agarrándose el gemelo. — ¡Qué dolor!
— ¿Qué te pasa? — Le preguntó Mario con seriedad. — ¿Te ha dado un calambre en la pierna? ¿Una luxación? Cuéntame dónde te duele y seguro que puedo aliviártelo.
— Creo que me… — empezó a decir. Se había olvidado que su pareja era fisioterapeuta. Si quería librarse de él, tendría que inventar algo que no tuviera que ver con lesiones musculares. — Creo que me he pasado con las gambas. Me duele mucho la tripa.
— ¿Y por qué te cogías la pierna? — Preguntó Mario curioso.
— Ya sabes, un reflejo de esos raros. — Explicó Sergi sin mucho convencimiento, esperando que el otro se lo creyera. — Yo que tú me iría a casa. Lo que va a suceder en breves momentos no va a ser nada bonito.
— No me asusto con facilidad. En el hospital he visto de todo.
— Sí, pero no me sentiría cómodo teniéndote en el salón, mientras yo paso la noche en el baño imitando a un volcán en erupción.
— Um, qué gráfico. — Rio Mario. — Está bien, te dejaré solo. Pero mañana por la mañana vendré a verte para ver si estás bien y terminar lo que hemos empezado.
— Perfecto. A partir de las diez de la mañana, cuando quieras. — Respondió Sergi antes de darle un largo beso en los labios.
Unos minutos después, Mario se alejaba en un taxi. Le hubiera encantado poder irse con él, pero tenía cosas que hacer. Alguien estaba en su apartamento y, teniendo en cuenta las medidas de seguridad que poseía, debía ser gente peligrosa. Necesitaba ayuda. Así que cogió el móvil y marcó un número que conocía muy bien.
— Hola, necesitaría que me echaras una mano en plan serio. — Dijo. — Y, ya que vienes, podrías traerme el traje que dejé en tu casa por si surgía una emergencia. Sí, un par de armas también me vendrían bien.
Y así, una vez más en su vida, TR volvió a estropearle una cita.
viernes, 13 de septiembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 30
Sergi estaba cabreado. Y mucho. Había sufrido demasiado para conseguir ese libro. El enfrentamiento con la cuasi-omnipotente Reeva y sus demonios, las carreras por medio edificio de la Asociación de Superhéroes, la paliza que le metieron los libros encantados del Archivista, media docena de intentos de asesinato… Era excesivo. Sobre todo, cuando uno se daba cuenta de que aquello en lo que había puesto sus esperanzas y que tanto le había costado lograr, no servía de nada. El Archivista, aquel que todo lo veía y todo lo escribía, plasmó entre las cuatro hojas del librito rojo ni una sola línea que le pudiera servir para detenerles. Lo único nuevo que había averiguado era que los Conjurados estuvieron viviendo en la calle (algo que, por otra parte, le daba bastante igual) y que Reeva organizó el atraco al banco con rehenes (lo que no resultaba sorpresivo después de que la Reina del Fuego le contara que los hermanos trabajaban para ella). Nada más. Ni nombres, ni direcciones, ni alguna pista sobre lo que se proponían. Y la frase que más pistas podría haber proporcionado, la última, no estaba acabada. “Lo que ninguno de los tres sabía…” decía. Parecía que el Archivista le había gastado un chiste malo.
— Eso explicaría por qué pude escapar de su biblioteca. — Dijo Sergi con furia. — Porque al muy cabrón le apetecía tomarme el pelo ¡¡A ver que tal vuelas ahora!! — Gritó en voz alta mientras, incapaz de contenerse, arrojaba el libro por la ventana. Como había esperado, en esta ocasión, el manuscrito cumplió con las reglas habituales de la física y, en vez de flotar, cayó a plomo hacia la calle y aterrizó entre los arbustos de un parque vecino.
— El alcalde me odia por ser gay, — continuó — el gobierno no me soporta porque traté de limpiar la Quebrada, me echaron de la Asociación de Superhéroes por salir del armario, la mitad de la población me toman por un chiste viviente y la otra mitad quiere mi cabeza. Y voy yo y me enfrento a unos tíos con más poderes mágicos que Merlín para salvar las vidas de unos mafiosos que nadan en dinero gracias a la trata de blancas, el tráfico de órganos y la venta de drogas a menores. Así que se ha terminado. A partir de hoy mismo me ocuparé de mis cosas y me dedicaré en exclusiva a mi vida de guionista de cómics. O puede que vuelva al porno ¿quién sabe? Tengo tantas posibilidades como “copias” pueda hacer. Lo que hoy se termina es mis andanzas como TR.
Cogió el móvil, mandó un mensaje a Mario y, tras recibir respuesta, se fue en busca de algo que le quedase bien. Esa noche tendría una cita normal que terminaría en una sesión de sexo normal y nada se lo impediría. Ningún brujo, superhéroe, demonio, ladrón, policía, asesino o chalado de los libros podría impedir que cenara y se acostara con Mario (cada cosa en su momento y su lugar, eso sí). TR ya le había fastidiado muchas relaciones. Ya era hora de que pudiera disfrutar tranquilamente de su vida privada y amorosa.
viernes, 6 de septiembre de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 29
— Vaya coñazo. Menos mal que es corto. — Pensó Sergi. Sin embargo, a pesar de las quejas, continuó leyendo la historia del libro a la espera de que, en la siguiente página, apareciera el dato que le permitiera encargarse de los Conjurados.
“Solos y sin dinero, los Conjurados se encontraron completamente perdidos en una ciudad extraña que poco o nada tenía en común con los pequeños pueblos en los que habían vivido en su niñez. Ni siquiera sus fabulosos poderes les servían de ayuda, pues aún carecían de la práctica y el control suficientes para realizar las maravillas de las que serían capaces pocos años más tarde. Llegarían a crear dinero de la nada, pero en aquellos tiempos lo máximo a lo que podían aspirar era a invocar una pequeña bola ígnea que encendiera la hoguera que calentaba el ruinoso edificio en el que habitaban. Y no todos los días lo conseguían. Sus medios de supervivencia fue derivando desde la básica mendicidad inicial hacia ramas más delictivas, como pequeños hurtos, timos, trapicheos y cualquier cosa que implicara obtener dinero, incluidas actividades alternativas como las representaciones callejeras de magia de Alpha y las peleas clandestinas en las que siempre andaba envuelto Omega. Y, entonces, cierto día tuvieron que pasar a mayores y atracar una sucursal bancaria a mano armada. No contaban con un plan concreto y el control sobre sus poderes continuaba siendo escaso, pero necesitaban dinero con urgencia para pagar unas deudas de juego de Omega. El banco les pareció la mejor opción, a pesar de los problemas que pudiera acarrearles dar un golpe tan llamativo. Y, aunque ellos no lo sabían, el peor de todos los problemas que pudieran esperar estaba ya en camino. La alarma silenciosa de la oficina conectaba directamente con la Asociación de Superhéroes y su ególatra líder en la sombra, la hechicera Reeva, fue la que acudió a la llamada, dispuesta a calmar su tedio con la detención de algún delincuente. Sin embargo, la heroína no llegó a intervenir en el atraco. Incluso desde kilómetros de distancia, podía sentir el verdadero potencial de los dos hermanos. Su aura mágica. Se trataba de una energía que rivalizaba con la suya propia, la autoproclamada soberana del Inframundo. Era poder puro. Y ella lo quería. Así que, en vez de entrar en el banco, prefirió apostarse en una azotea cercana, esperando que escaparan del banco. Media hora más tarde, les siguió hasta su guarida y se presentó ante ellos. Los hermanos no tuvieron que pensar mucho el trato que les ofreció la bruja. Les daría dinero, les proporcionaría una casa, les sacaría de las calles, les enseñaría a controlar sus poderes y pondría fin a la miseria, la delincuencia y el frío invernal. Era más de lo que nunca pudieron llegar a imaginar. Y lo único que tendrían que hacer a cambio sería convertirse en unos héroes enmascarados que limpiaran la ciudad de la escoria que la infectaba. Aceptaron sin dudar. Los Conjurados fueron presentados en público un año después, con su decisiva intervención en un atraco con rehenes (aunque fue la misma Reeva quien lo preparó), pero su actividad como vigilantes había comenzado un poco antes, con el asesinato del mafioso Pinoli. Esta muerte, que Omega consideraba el principio de su venganza contra la sociedad que tanto les había maltratado, supuso también un tremendo error, pues atrajo la atención de TR. El superhéroe del triángulo rosa llevaba mucho tiempo encargándose de la seguridad de la ciudad y no le agradaban los justicieros que se tomaban la ley por su mano. Podía parecer un enemigo menor, pero lo cierto era que contaba con múltiples habilidades. Y, además, era completamente libre, sin ataduras con el Ayuntamiento o con la Asociación de Superhéroes. Un mercenario sin amo que acabó por crispar sus nervios. Los hermanos discutían sobre cuál sería la mejor forma de deshacerse de su recién creado antagonista. El frío Omega era partidario de eliminar a TR de forma permanentes, mientras que el paciente Alpha era más partidario de ganarle para su causa. Lo que ninguno de los tres sabía…”
— ¡Menuda mierda! — Gritó enfadado Sergi al ver que ese era el final del libro.
viernes, 30 de agosto de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 28
De regreso a la seguridad de su hogar, Sergi se quitó el uniforme de TR y se concedió un café bien cargado, una aspirina y un relajante baño de agua caliente, con espuma e hidromasaje incluido. Era lo menos a lo que aspiraba después de los golpes que había recibido. Pretendía alargar más esos momentos de tranquilidad y relajación antes de empezar a leer el escuálido librillo rojo que le había “pedido prestado” al Archivista, pero lo cierto es que le fue completamente imposible. Sentía una curiosidad irrefrenable por saber qué contenía ese librito por el que casi le habían matado (varias y múltiples veces) y era incapaz de concentrarse en la tarea más nimia. Al final, tras un par de horas de lucha encarnizada entre su espíritu fisgón y su autocontrol, se dejó vencer y tomó el manuscrito. No constaba de más de cuatro páginas, pero espera que allí estuviera lo que necesitaba para detener a los Conjurados. Como poco, debía ser importante, en vista del empeño que su autor, el Archivista, había puesto en defenderlo. Con un poco de suerte, se cumpliría el dicho de que “lo breve, si es bueno, dos veces bueno”. El principio del libro, no obstante, le ofrecía escasas esperanzas. Con letra pequeña y apretada, la narración comenzaba con la infancia de los Conjurados:
“Aquellos que más tarde sería conocidos como los Conjurados, vinieron al mundo en una aldea tan minúscula, que no albergaba más habitantes que su familia, cabreros de profesión. Un origen humilde que poco hacía presagiar los grandes hechos que el destino les reservaba.
La primera noción de su potencial, la tuvieron con tan solo seis años: una cabra escapó del corral y el hermano al que en el futuro llamarían Alpha, la hizo regresar con telequinesis. Sin embargo, los niños eran demasiado pequeños para entender lo que acababan de presenciar y lo atribuyeron a extraterrestres, hadas e, incluso, a su propia imaginación. Una “cosa rara” (así la denominaron) que guardaron en secreto y que pronto les parecería normal, a medida que los extraños fenómenos se sucedían con más asiduidad. Al año apareció una bola de fuego, a los ocho meses un charco flotó sobre sus cabezas, a los cinco se formó una tormenta de la nada… Para el día que cumplieron once años, contemplaban “cosas raras” cada semana. A pesar de su frecuencia, los fenómenos solían ocurrir en momentos en los que los hermanos se encontraban a solas, lo que facilitó que sus poderes permanecieran en secreto. Al menos, hasta su primera demostración pública, cuando el pequeño (por minutos) de los mellizos, el que tomaría el seudónimo de Omega, rescató a su padre del barranco en el que quedó atrapado. Un momento feliz que rápidamente quedó empañado por los sucesos que lo siguieron. El padre, creyendo que un milagro divino le había salvado, abandonó su vida e ingresó en una secta religiosa. La madre, intuyendo de dónde provenía ese poder, enloqueció al instante y terminó sus días quitándose la vida, un año más tarde, en un sanatorio mental.
Los Conjurados acabaron a cargo de su abuela, que optó por ignorarlos como forma de relacionarse con ellos. La mujer, adivina de profesión, se negó a tener más trato de necesario con aquellos niños a los que consideraba responsables de las locuras respectivas de su hijo y su nuera. Así los hermanos se encontraron a su suerte el día que Alpha comenzó a tener problemas en el instituto. Aprendida la lección sobre las funestas consecuencias que podían acarrear sus mágicos dones, los Conjurados se decantaron por maquinar complicados y sutiles planes para castigar a aquellos que les contrariara. Frenos rotos, resbalones, incendios fortuitos… los pequeños accidentes empezaron a extenderse por la región, aunque al irascible Omega estas venganzas siempre le sabían a poco e intentaba arrastrar a su hermano un poco más allá en cada ocasión.
Con la mayoría de edad y la expulsión fulminante de casa de su abuela, los mellizos decidieron trasladarse a la capital, para alivio de sus conocidos, que les tenían por pájaros de mal agüero..."
viernes, 23 de agosto de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 27
Los cientos de miles de libros habían comenzado el ataque aéreo en masa, sin una estrategia definida más allá de golpearle a toda costa, aunque eso pudiera costarles acabar rotos en mil pedazos. Muchos tenían éxito. Encaramado a las estanterías, TR carecía de espacio para maniobrar o esquivar los ataques. En cualquier caso, tampoco le quedaban suficientes fuerzas para seguir dando brincos. Lo único que le quedaba era acelerar el paso y continuar agitando el palo a su alrededor, tratando de acertar al volumen que tuviera más cerca. Se le rompía el corazón cada vez que su vara metálica partía las tapas de cuero de un libro, pero no tenía más opción si quería mantenerse con vida.
— Adiós, pringao. — Saludó al Archivista al adelantarle.
El hombre no dijo nada, como si el insulto no fuera con él. Ni siquiera aceleró el ritmo. Continuó con su paso pausado viendo como el superhéroe se acercaba cada vez más al libro rojo flotante. Lo único que demostró que se había percatado de la presencia de TR fue que lo señaló. Momentos después, una decena de libros se dirigieron hacia donde se encontraba el héroe e hicieron impacto. Pero no atacaban a TR, sino a la estantería en la que estaba subido. El mueble se tambaleó hacia un lado, después hacia el otro y, finalmente, cayó sobre la estantería siguiente. El efecto dominó se empezó a expandir por la cripta y TR iba tan solo unas milésimas de segundo por delante, como si estuviera surfeando sobre una ola de estanterías en un mar de libros.
— Me voy a hostiar, me voy a hostiar, me voy a hostiar. — Iba repitiendo TR al tiempo que corría lo más rápido que los libros enfurecidos le permitían.
Al final fue inevitable que se cayera. En el curso de saltar piedras, no le habían enseñado esas cosas. Quizás el curso de andar sobre barriles rodantes le hubiera sido más útil. Fuera como fuera, lo que sí le sirvió fue su experiencia como especialista de cine, que le permitió salir de allí con tan solo una muñeca luxada. No era nada si se tenía en cuenta lo que podría haberse roto (o lo que podrían haberle roto los libros). Y tampoco podía quejarse por la caída, pues lo hizo bastante cerca de donde se encontraba el libro rojo flotante y, a esa altura, era más fácil cogerlo.
— Te lo devolveré. — Gritó corriendo con el libro hacia la columna dorada que, tal y como imaginara, se trataba de una escalera de caracol.
En lo alto de la escalera, en el techo, había una pequeña trampilla de madera con una argolla de hierro y, en contra de lo esperado, la portezuela se abrió con facilidad en el momento que empujó. Al otro lado, sólo se veía una insondable oscuridad, lo cual era algo mucho más agradable que los libros homicidas, por lo que atravesó el hueco sin pensarlo dos veces. La risa del Archivista resonó mientras cerraba la trampilla.
— Qué mal rollo me da este tío. — Pensó TR.
viernes, 16 de agosto de 2013
TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 26
— Gracioso hasta el final. — Dijo el Archivista. — Has sido un personaje de lo más entretenido. Es una lástima, pero tuya ha sido elección.
Y sin más, le dio la espalda y empezó a alejarse en la misma dirección en la que había tomado el pequeño libro rojo flotante. Entretanto, de todas y cada una de las estanterías del lugar, surgió una ristra de libros asesinos.
— Es una auténtica suerte que hace un mes “copiara” esas clases de relajación y control muscular o ahora mismo me habría cagado, literalmente, de miedo. — Dijo TR en voz alta. Él era de los que pensaban que en momentos cercanos a la muerte, hablar solo es un hábito muy recomendable. Aunque únicamente sea para joder al que trata de aniquilarte contándole lo que te pasa por la cabeza.
Sin embargo, al Archivista no pareció interesarle lo que el superhéroe opinara y no volvió la vista en ningún momento. Continuó imperturbable su camino tras el libro rojo, en dirección a lo que parecía una columna dorada. O, bien mirado, podía ser una escalera de caracol.
— Va hacia una salida. — Esta vez, TR sólo lo pensó. Podía encontrarse en un momento cercano a la muerte, pero había cosas que era mejor no revelar al enemigo. Sacó la vara de metal extensible que siempre llevaba con él y, tras evitar que un libro del tamaño de una cama de matrimonio le aplastara, se encaramó a una de las estanterías.
— Ahora vamos a divertirnos. — Dijo TR y empezó a pasar de hilera en hilera al tiempo que agitaba amenazadoramente la vara.
Los libros parecieron comprender el peligro que el palo metálico podría suponer para ellos y cesaron sus ataques (como si estuvieran evaluando la situación) permitiendo que TR fuera ganándole terreno al Archivista.
— Y Bolea decía que nunca sacaría provecho al curso de saltar piedras que "copié" ese verano en el pueblo. — Dijo TR feliz y contento.
Y, entonces, todo el plan se fastidió cuando, sin darse cuenta, bateó un libro que se encontraba a una distancia prudencial. El volumen salió despedido, echo pedazos y el crujido de millones de hojas de papel llenas de ira homicida inundó la sala. Por segunda vez en la última media hora, TR dio gracias por haber “copiado” el curso de control muscular. Si salía vivo de esa biblioteca, estaba dispuesto a apuntarse al nivel avanzado.